Ucrania y el recuerdo de Múnich

Josep Piqué
Josep Piqué FIRMA INVITADA

OPINIÓN

SPUTNIK

30 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El 30 de septiembre de 1938 se firmaros los llamados Acuerdos de Múnich, entre Alemania, Italia, Reino Unido y Francia, por los que se aceptaba la incorporación de la región de los sudetes (habitantes de habla alemana en Chequia) al III Reich, a cambio de que Alemania cesara en sus reivindicaciones territoriales. Francia y el Reino Unido asumieron ese acuerdo (nótese que sin participación de Checoslovaquia) como el peaje obligado para evitar una nueva guerra en Europa, después del horror y la devastación de la Primera Guerra Mundial. El primer ministro británico, Chamberlain, fue recibido con vítores cuando regresó a su país. Churchill le advirtió: «Hemos perdido el honor para evitar la guerra, y tendremos deshonor y guerra».

Así fue. Seis meses después Hitler invadió el resto de Checoslovaquia. La respuesta franco-británica fue pasiva y Hitler lo vio como una señal inequívoca de que no estaban dispuestos a luchar para parar sus pretensiones, después de la anexión de Austria y de Checoslovaquia. A continuación, acordó con la Unión Soviética la invasión y la partición de Polonia. La Segunda Guerra Mundial fue, así, inevitable.

Hasta aquí la historia. Y aunque no se repita, como decía Mark Twain suele rimar. Putin está de nuevo contrastando la auténtica determinación de Occidente (de Estados Unidos y de la OTAN, ya que para él la UE no cuenta) de impedir una eventual invasión de Ucrania. Ya lo hizo con la intervención militar en Georgia en el 2008 o, en el caso de Ucrania, con la anexión de Crimea y la ocupación de facto de territorio ucraniano en el sudeste del país. También en su intervención militar en Siria o en Libia. Y acabamos de ver el despliegue de sus tropas en Kazajistán.

Los costes (básicamente sanciones económicas) asumidos por Rusia han sido inferiores a los beneficios geopolíticos de todas esas intervenciones. Y ahí está el núcleo del conflicto. Salvo que Putin considere que los costes de intervenir en Ucrania van a ser inasumibles para él y su régimen, la tentación de hacerlo será irresistible.

Por ello, Occidente (Estados Unidos y la OTAN, pero también la UE) debe sopesar muy bien la respuesta antes de que se produzcan hechos consumados. Una respuesta que debe ser suficientemente disuasoria en todos los ámbitos (económico, comercial, financiero, político, pero también militar) y en todas las expresiones (guerra híbrida, ataques cibernéticos, milicias proxy, desinformación, desestabilización política…), que busque evitar una conflagración militar, aunque sin descartarla si fuera necesario. Debe ser una respuesta creíble, contundente y firme, además de unitaria.

Si no es así, habrá intervención militar rusa en Ucrania. Y además será un claro mensaje a China: si Estados Unidos no reacciona con contundencia y firmeza, tampoco lo haría en caso de una invasión de Taiwán.

En otras palabras, el declive de Occidente —y de sus valores— sería imparable. Y el triunfo de los totalitarismos también.

Lo que se juega no es un mero reparto de zonas de influencia en Europa Oriental. Es la pugna por la hegemonía global. No hay mucho margen para el error.