Karina cobra el ingreso mínimo vital: «Si no me dejan llevar a mi niño, no puedo aceptar el trabajo; es mi única condición»

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XOAN CARLOS GIL

Tras quedarse huérfana de madre siendo muy pequeña, esta gallega coraje cuida de su niño sin apoyo y con la única ayuda del ingreso mínimo vital, una prestación que compagina con la limpieza en domicilios para llegar a fin de mes. Y sin perder la sonrisa

20 abr 2024 . Actualizado a las 10:24 h.

Karina cobra el ingreso mínimo vital y por las mañanas limpia casas con una sola condición: que le dejen llevar a su hijo Kevin. «Si no, sencillamente tengo que negarme a aceptar ese trabajo. No me queda otra, porque estoy yo sola para todo. Si le pasa algo o me llaman del colegio, tengo que salir a buscarlo; si está de vacaciones o es un día festivo, que hay muchísimos durante el curso, también se queda exclusivamente a mi cargo. Llevármelo conmigo es la única forma de poder trabajar», explica desde su casa de Vigo esta mujer que se quedó huérfana de madre siendo muy pequeña y que ahora saca adelante con coraje a su niño, sin abuelos ni pareja. Pero ella se basta y se sobra. «Soy muy afortunada por ser capaz de verle siempre el lado positivo a las cosas. Claro que a veces lloro y grito, pero todo eso se queda ahí, en el aire, y después continúo».

En un mundo en el que el objetivo suele centrarse en llegar a todo, Karina nota cada día a las puertas del colegio el poco tiempo que padres y madres comparten con sus hijos. Es el precio a pagar para poder continuar con las agendas, con la yincana diaria que marcan el trabajo y los quehaceres. «Yo les limpio a ellos, por así decirlo, porque además vivo al lado del colegio. Es un centro concertado, porque en su momento el progenitor de Kevin me dijo que no iba a ocuparse de nada, y para mí era fundamental tenerlo al lado para, en último recurso, poder pedirle a una vecina, a una prima que tengo que vive cerca, o incluso a un hermano, que me coja al niño un momento ante una urgencia. Y allí va gente de mucho nivel», señala ella, que se buscó la vida desde muy joven: «Trabajé en el súper, de comercial, de camarera durante 20 años alternándolo con otros trabajos… Al haberme quedado huérfana de madre desde pequeña, mi situación es diferente. A mí, por ejemplo, nadie me ayudaba con los deberes. O lo entendía, o no lo entendía. Ahora cambiaron mucho las cosas. Yo en su día fui a la escuela pública, pero aquí hay mucho dinero. Muchos padres tienen buenas empresas, no hay más que verles los coches. Por eso no quiero hacerle las cosas a mi hijo, quiero que se las curre él, para que sepa que en la vida nadie te las viene a hacer».

Quizás es Karina quien podría enseñarle al mundo cómo es posible llegar a todo entre la vulnerabilidad económica y la soledad de la crianza. Su situación no es ni de lejos elegida, pero ella valora mucho el hecho de tener algo que no puede comprarse: tiempo con su hijo. «Yo me he frustrado una temporada; desde que fui madre, tardé cuatro años en entender que mi vida no iba a ser la misma. Y hay gente que nunca lo hace», apunta.

A pesar de todo, siempre que puede se apunta a cursos municipales para adultos, orientados al empleo en el sector servicios, donde ella tiene experiencia. «Quiero seguir actualizándome, porque la pregunta del año en las entrevistas de trabajo es: ‘¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?’. Pues criar a mi hijo y trabajar en lo que pude. Sacarlo adelante, e intentar terminar mi casa, que sigo en ello. Y sola, porque yo no tengo padres y aquí no hay papá. Así que, en realidad, he trabajado de un montón de cosas: de enfermera, de psicóloga... Pero claro, no lo entienden», lamenta Karina, que está cansada de escuchar reproches de madres trabajadoras que la señalan por no haber mantenido su faceta profesional: «Muchas veces te dicen: ‘Es que una mujer no debe abandonar su vida y el trabajo. Yo no he abandonado mi vida, la he cambiado. Tú explícale a una empresa que tu hijo tiene mocos, gripe, o que te ha pegado la gastroenteritis. En un súper, que hay más personal, aún puedo decir que estoy enferma. ¿Pero en una cafetería en la que trabajas tú sola de 6 a 16 horas como hacía yo? ¿Cómo lo haces? Le cierras el negocio. O, por ejemplo, en el puerto, donde también trabajé. Éramos más chicas, pero todas con niños. ¿Cómo digo que yo me voy a la una porque al mío le duele la barriga? Las ETT, que por suerte ofrecen muchas cosas, te dicen: ‘No, es que ya nos has entregado el uniforme cuatro veces en el último año’. La conciliación está muy bien para presumir de ella, pero no existe. No es que yo haya escogido criar a mi hijo por encima del trabajo, es que no me queda otra».

Cuenta Karina que los dueños de las casas que limpia no le ponen problema para que Kevin vaya con ella cuando lo necesita. «Una de las personas para las que trabajo tiene también varios niños, y me dijo: ‘Yo también soy madre, sé perfectamente lo que me estás diciendo. Y si una cama queda sin hacer, yo no me voy a morir. Si es tu problema, aquí no lo tienes’». También procura buscar domicilios más o menos cercanos al suyo. «No puedo irme al centro de Vigo y arriesgarme a que me llamen del colegio y coger un atasco, por ejemplo».

HUCHAS PARA TODO

Su vida gira en torno a Kevin, que por suerte es un niño sano que no ha requerido una atención especial, más allá de la que ya le presta su madre. Por suerte, tampoco paga alquiler y cuenta con una casa propia heredada en Chandebrito, que intenta acabar muy poco a poco. La economía se mira y mucho en esta casa en la que el ingreso mínimo vital es el sustento principal. «En casa, el niño y yo siempre hacemos hucha. Le explico que hay que pagar cosas, que hay que ir apartando para el cumple, y de hecho ya tenemos 300 euritos. Lo mismo con la ropa y los juguetes suyos que ya no uso y que voy vendiendo, o con lo que le da el padrino. Los parques de bolas están carísimos, así que vamos juntando, y todas esas cosas van para él. Yo le digo: ‘¿Lo quieres para el salón de juegos o para la hucha del cumple?’. Porque yo a mi hijo no le dejo tener acceso al dinero. Hay otros a su edad que ya lo tienen, pero yo tampoco lo tenía, y me ha servido de mucho. No sé, soy de pueblo, ja, ja».

Mucho sufrimiento y siete mudanzas precedieron a su llegada a la casa en la que residen, la definitiva. «Al principio me frustraba, y aún no la tengo terminada, pero vivimos muy decentemente. No nos falta de nada», dice. A pesar de las dificultades, madre e hijo ayudan a otros: «Mi hijo sabe lo que es el voluntariado, aunque le enseño que el dinero no se le da a todo el mundo. Lo que sí hacemos siempre es ofrecer comida a la gente, porque me da coraje. Yo como madre sí que he pasado hambre, y sé lo que es».

A Karina no se le borra nunca la sonrisa. «Aun llorando me río», señala esta mujer que dice cobrar solo una pensión alimenticia reducida para el niño y que a veces se resiente, pero que tiene fuerzas para todo. Incluso para pelearse con el sistema. «En el colegio, me han catalogado como familia desestructurada. Y yo me callo, y lloro, de impotencia y de rabia. ¿Cómo me denominan a mí familia desestructurada, si me llaman por teléfono y a los tres minutos estoy en el colegio? Quiero ver yo qué padre deja todo y se va corriendo al cole».

Quien verdaderamente quiere estar, está. Por muchas dificultades que la vida ponga en el camino. «La maternidad es muy dura, pero nadie te lo cuenta. Veo a muchas mamás estresadas. Yo misma he cogido peso de alimentarme mal, y eso que hago un trabajo muy físico». También sabe que las apariencias engañan, y vive todos los días situaciones que parecen idílicas desde fuera, pero que en realidad son dramáticas. «Al estar en un grupo de mamás de compraventas, muchas te escriben por privado, porque les da vergüenza no llegar a fin de mes, o te dicen que sus parejas les han metido en créditos y que, cobrando 1.500 euros, el día 1 no tienen un duro... También hay gente que no tiene para comer y yo, que tengo menos, se lo llevo. Mi ventaja es tener una vivienda», señala.

Alguna ventaja tenía que tener. Afortunadamente, aun siendo ocho hermanos, su padre les dejó a cada uno una finca. Karina vive en la suya. «Pero él nunca estaba», lamenta esta mujer que si de algo puede estar orgullosa es de estar siempre al lado de su hijo. Y eso, lo sabe mejor que nadie, no se paga con dinero.