Por fin, el miedo cambia de bando

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

Pese a los apuros clasificatorios y al vértigo que inspira La Rosaleda, el deportivismo ya no siente que el partido está perdido antes de empezar

08 jul 2020 . Actualizado a las 18:38 h.

A diferencia del Málaga-Dépor que se jugó en La Rosaleda hace cosa de un año y un mes, probablemente el partido de hoy no sea un caramelo para las televisiones. En esta ocasión, las que se concentren frente a la pantalla serán, básicamente, dos hinchadas hartas de sufrir por dos escudos con aroma añejo a Primera División. Nunca es plato de buen gusto jugarse tanto frente al Málaga, un club con historia y trayectoria en la élite que sufre las consecuencias de una gestión kamikaze. Otra vez, porque la entidad languidece en su resaca árabe después de haberse tenido que liquidar y refundar a principios de los noventa.

No importa demasiado la clasificación. El Málaga impone respeto en A Coruña. Y viceversa. Es el peso de la camiseta. Porque más allá de un año difícil, el historial de enfrentamientos dice que siempre pasa algo. La anterior temporada el Deportivo ganó en La Rosaleda en un duelo agónico en el que se defendió todo el partido como gato panza arriba para conservar la ventaja obtenida en Riazor y fue una cantada de Munir a chut de Bergantiños la que puso a descansar los agotados corazones blanquiazules. Aquella semifinal fue un infierno con final feliz. Dani Giménez, en la primera vuelta de esta campaña, compensó el incompensable disgusto del play-off con otra tragada antológica cuando el Deportivo de Luis César apenas tenía constantes vitales. Contra el Málaga, siempre pasa algo. Y además se han acostumbrado a compartir objetivos, ya sea la permanencia o el ascenso. Y cuando pasa algo, pesa el doble.

Recuerden los últimos enfrentamientos en Primera, para variar, siempre con el agua al cuello. Cómo en el curso del último descenso se montó una melé sobre la línea de gol del Dépor y Chory Castro apuñaló una vez más las esperanzas del equipo, ya con Cristóbal en el banquillo (aun restaba la peregrinación por el desierto de Seedorf). O el gol de Ontiveros en aquel partido del 4-3 con Garitano. Después de un Málaga-Dépor en La Rosaleda con gol de Tristán, el delantero de La Algaba -que se señaló el 9 a la espalda y lanzó miradas al banquillo- dio unas declaraciones a pie de campo que evidenciaban que algo no iban bien. Y también fue contra el Málaga cuando Luque dejó un memorable gol de chilena en Riazor. Un tanto de bandera que viene de emular Christian Santos en la última jornada. En la misma portería. 

Los dos equipos son este curso una procesión de desgracias que esperan, ya que no lo han podido hacer ni en Semana Santa ni en San Juan, a que el final de temporada expíe sus pescados y queime sus meigallos. Paradójicamente, escapando del descenso viven su mejor momento y el pronóstico de los dos equipos es bueno. Dentro de la gravedad, claro. Un 8 de julio es un día perfecto para amarrar una salvación a falta del trámite matemático. El empate no sería de extrañar, teniendo en cuenta lo que hay en juego y que los locales son expertos en firmar duelos sin goles (son el segundo conjunto menos anotador y el que menos goles encaja de la categoría), pero si alguno gana tendrá pie y medio en Segunda División. Y es el típico partido que no huele a empate. El Dépor todavía no ha perdido. Llega en buen momento y mostrando el mejor fútbol de la temporada. Algo pasará, porque contra el Málaga siempre pasa algo. 

La trascendencia impone. Pero pese al vértigo a La Rosaleda, las normas de la Liga obligan a jugar contra todos los equipos. No hay escapatoria, pero no pasa nada. Por primera vez en mucho tiempo, la afición siente que se puede confiar en el trabajo hecho y en el que resta por hacer. Se dice que los entrenadores no juegan, pero Vázquez ha demostrado que al menos sí entrenan. Se ha disipado esa sensación de ya ir perdiendo antes de que el árbitro pite. Con las tendencias en la mano, a diferencia de la primera vuelta, el miedo cambia de bando