El libro de Ana Obregón y Aless Lequio: un intento de suicidio, el mensaje de despedida a su hijo y el favor que les hizo el rey emérito

La Voz REDACCIÓN

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Imagen de Ana Obregón y Aless Lequio en el 2020
Imagen de Ana Obregón y Aless Lequio en el 2020 Europa Press

Firmado por ambos, «El chico de las musarañas» es el viaje de la presentadora desde que a su hijo le diagnosticaron un cáncer en el 2018. La publicación aborda el momento en el que la actriz quiso acabar con su vida y cuá fue la última petición de su hijo: «Quiero tener hijos aunque no esté»

20 abr 2023 . Actualizado a las 16:15 h.

Se titula El chico de las musarañas y su campaña de promoción no ha podido ser más intensa. El libro del fallecido Aless Lequio salía a la luz este miércoles, justo tres semanas después de que su madre, Ana Obregón, se convirtiese en centro de la polémica tras conocerse que había sido madre por gestación subrogada. Una niña, llamada Ana Sandra, que es hija genéticamente de Aless.

El chico de las musarañas se presentaba como el libro que Aless Lequio no pudo terminar de escribir, pero en realidad es el viaje «desgarrador» de la presentadora sobre la pérdida de su hijo, que falleció a causa de un cáncer el 13 de mayo del año 2020.

La publicación, que está firmada por ambos, arranca con una fecha, el 23 de marzo del 2018, el día que le diagnosticaron la enfermedad. Ana Obregón narra cómo se encontraba en la casa de su padre en Mallorca, la casa en la que su hijo pasó su primer y último verano. «Todo empezó un 23 de marzo. Era un puto 23 de marzo de 2018, como lo bautizamos entre risas durante tu enfermedad, el día en el que sin saberlo empezamos a morir los dos». Ana Obregón asegura que se encontraba en un momento pleno de su vida, en «el único papel que había dado sentido a mi vida» era el de madre. «Con mayúsculas». Fue en esa jornada, con Ana Obregón preparándose para un evento, cuando recibió la llamada de Aless, que hablaba con un hilo de voz: «Mamá, me muero de dolor, me voy a urgencias». La presentadora explica que su hijo llevaba meses sufriendo diferentes dolencias que le provocaban un gran malestar. En las siguientes horas, el joven era operado de urgencia de un absceso. «Acompañé a mi hijo hasta la puerta del quirófano. Él me miraba buscando seguridad. Ese día sin saberlo me convertí en el espejo que siempre miraba para tranquilizarse a lo largo de sus dos años de lucha».

Imagen de la portada del libro
Imagen de la portada del libro ZIPI | EFE

Ana Obregón relata cómo le comunicaron el peor de los diagnósticos. Su hijo tenía un tumor. «¿Dios mío, qué hacía? ¿Te lo diría por la mañana al despertar? No podía ponerme en pie, las piernas se me doblaban». Aless y su madre se encontraban en la misma habitación de hospital en el que había nacido 25 años antes. «Había juntado cruelmente el día más feliz de mi vida con el peor».  

«Ana Obregón se había esfumado. Ya no era la mujer que había conseguido con esfuerzo todo lo que quería en esta vida. De qué coño me servían todas las películas, las series, (...) el dinero si no podía asegurarme que podría salvar tu vida. Pasaría la noche con la esperanza de que la biopsia nos confirmara que era un tumor benigno. Pero algo premonitorio me decía que me iba a tocar ser fuerte».

A lo largo del segundo capítulo la presentadora narra cómo han sido para ella las fases de su duelo. El tercero de su vida. «Perdí a mi amor de pareja cuando era joven - Fernando Martín-, y después a mi madre y a mi hijo en menos de un año». Ana Obregón acababa de soñar con que su hijo está vivo y la vuelta a la realidad se le hace insoportable. «Me acerqué a la barandilla del acantilado que rodea la casa (...) Sentí una infinita atracción hacia esas luces que flotaban en el vacío. Un salto acabaría mi pesadilla. Un salto y estaríamos juntos eternamente». Es su modo de relatar la primera vez que tuvo ideas suicidas. «Sentía como si mi misión en esta vida ya hubiera terminado, y me llenaba de felicidad inmensa ese saltito hacia ti (...) Me perdoné la vida otra vez con la valentía que tú me enseñaste. Si tuviste el valor de morir con una sonrisa, cómo no iba a intentar vivir». Ana recuerda alguno de los mensajes que su hijo le transmitió antes de morir. «Mamá, colecciona momentos, no cosas, porque al final de tu vida es lo que te llevas». 

El diagnóstico

La actriz recuerda cómo el diagnóstico de su hijo tardó días en llegar, unas jornadas que trataron de llevar con discreción para que la noticia no saltase a la prensa ni llegase a sus familiares de mayor edad. «Antes de que la vida me castigara con crueldad, me quejaba por cosas que ahora me parecen una chorrada: que si estaba agotada de tanto trabajo; que era la mujer más desdichada del mundo porque el que creía el amor de mi vida me había puesto los cuernos; que si me sentía morir porque me había separado del padre de mi hijo (...) Las verdaderas tragedias relativizan tus quejas diarias». Habían pasado ocho días y llegó la llamada del oncólogo. Ana Obregón y su hijo Aless se encontraban en una comida familiar. Su hijo tenía un cáncer raro y agresivo. «Me desplomé sobre la alfombra del despacho de mi padre con el teléfono aún en la mano (...) Golpeé mi cabeza contra el suelo una y otra vez con una fuerza y rabia aterradoras». La pregunta era cómo se lo iba a contar a su hijo, pero la prensa se había adelantado. Ana asegura que una periodista se puso en contacto con el joven: «Aless, nos ha llegado un informe médico a través de una agencia diciendo que tienes un cáncer terminal». Tras esa conversación, la presentadora y Alessandro Lequio se encontraron con su hijo. «Jamás podré olvidar su carita, estaba aterrado y con los ojos empañados». Ambos le juraron que se iba a curar y Ana Obregón le pidió a todo su entorno que no llorase delante de su hijo. «Estaba absolutamente convencida de que se iba a curar, y la verdad es que lo estuve hasta cuarenta y ocho horas antes de su muerte». 

Tras una primera consulta con un oncólogo, al que acusa de falta de empatía, la familia se puso en manos de José Balsega, médico español en Nueva York. En la Gran Manzana pasarían meses. «Va a costar muchísimo dinero, pero para eso he trabajado casi 40 años (...) si hay que vender la casa, la vendo; si me tengo que prostituir, me prostituyo, pero Aless se va a curar». Fue en esa previa cuando Aless Lequio le preguntó a su madre si se iba a morir. «No, hijo mío, no te vas a morir. Te vas a curar, ¡te lo prometo».

Ana Obregón cuenta en el tercer capítulo, Fuck cáncer, el grito de guerra de la familia, que días antes de fallecer, su hijo le hizo un encargo a un amigo de la universidad llamado Justin. «My bro Justin, en caso de que me pase algo, solo te voy a pedir dos cosas, que le digas a mi padre y a mis tías que, por favor, cuiden mucho de mi madre, estará destrozada; y la segunda es que cuando vayas al cielo, me busques, por favor». Ana se compadece de que ella fuese la principal preocupación de su hijo en sus últimos días de vida. «He decidido no usar pastillas, ni alcohol, ni psicólogos para aliviar mi dolor. Este duelo es por ti, es el camino que he de recorrer sangrando», explica mientras añade que visita cada día la tumba de su hijo. Dice acudir al cementerio a horas tempranas para evitar a la prensa. «Durante el primer año he tenido que ir a verte tumbada en el suelo de la parte de atrás del coche, sin poder entender que no respetaran ni ese momento de una madre que quiere llorar a su hijo en paz».

Los meses en Nueva York

Aless comenzaba así su segunda etapa en los Estados Unidos. Un etapa de hospitales muy diferente a la primera como universitario, en la que incluso su madre se había mudado a Miami para estar cerca de él. «Sin esos momentos que llevo tatuados en mi memoria, me habría ahogado de pena (...) Los necesito para poder seguir respirando». Ana recuerda además que para Aless aquella época fue inolvidable. «La más feliz de su vida».

La familia llegó a Nueva York con la biopsia de su hijo para iniciar el tratamiento. Aless tenía ya mucho dolor  y allí conocía «el nombre» de su cáncer. El joven tenía un sarcoma de Edwing, algo que según el testimonio de la presentadora, les daba más opciones de curación. Comenzaba así un tratamiento de nueve meses, con algunas sesiones de quimioterapia de diez horas. El propio Aless Lequio le preguntó al especialista cuánto tiempo le quedaba de vida y el médico le aseguró que se iba a salvar. Con el tratamiento ya en marcha, la noticia saltó a la prensa. «Mis padres se enteraron así de que su nieto adorado tenía cáncer». 

Su deseo de tener descendencia

Es en el capítulo cuatro cuando Aless Lequio le plantea a su madre el deseo de tener descendencia. Ana Obregón hace un adelanto en este punto del libro y se dirige a su hijo. «No olvides que tú y yo tenemos un pacto secreto, es un pacto único y milagroso que hicimos en tu última semana de vida en el hospital. Fue tu última voluntad, no es tu libro ni tu fundación, y te juro que la voy a cumplir por inalcanzable y difícil que parezca...». Un argumento que la intérprete no vuelve a tocar hasta el final del libro.

La ayuda del rey emérito

Entre las anécdotas de El chico de las musarañas (la mayoría relacionadas con la forma de ser del joven) se encuentra una que tiene que ver con la Casa Real. Tras varios meses en Nueva York, a Ana Obregón y su hijo les llegaba la comunicación oficial de que no podrían seguir en el país. Ella explica cómo llamó a su expareja para que se pusiese en contacto con el rey. «Llama a Felipe, para algo es tu primo o lo que sea, no estoy pidiendo un favor ni cometer un delito, solamente adelantar una cita para que nos den un permiso médico para estar en Estados Unidos». Alessandro Lequio se habría puesto en contacto con el monarca y, como «tardaba en contestar, Olimpia, la prima hermana de Juan Carlos I, se puso en contacto con el rey emérito. «Le faltó tiempo para ayudar a una madre desesperada por salvar la vida de su hijo», dice Ana Obregón.

Las 72 páginas escritas por Aless

A partir del capítulo 5, comienzan las páginas del libro que escribió el propio Aless Lequio. 72 páginas de las 312 que contiene El chico de las musarañas. «Soy reflexivo. Honoris causa en el arte de la desconexión. También soy alma máter en Ciencias Políticas, Económicas y Marketing Digital, pero me aburre el plano terrenal, prefiero el de las musarañas», comienza el texto que ocupa de la página 159 a la 231, y que ha sido respetado íntegramente en su versión original.

Un relato en el que Aless habla de su diagnóstico y cómo los primeros síntomas no apuntaban a una enfermedad grave. «Primero me dijeron que eran hemorroides, ahora la sospecha es que son hemorroides trombosadas y tienen que hacer una colonoscopia, posiblemente operar», le dijo a su madre.  

En estas páginas, Aless Lequio utiliza a las musarañas y personajes ficticios para lanzar pensamientos e ideas durante su enfermedad como que «la eterna felicidad es para el eterno gilipollas». «Una pesadilla con la que llevaba luchando dos meses sin mediar palabra con mis padres hasta que la situación fue insostenible», cuenta.

«No pudiste terminarlo, mi vida. Y ahora estoy temblando de emoción, mientras empiezo a leerlo», dice la intérprete para dar paso a las páginas del joven, que usa un tono irónico para contar todo el proceso que vivió, su propio miedo, el de sus padres y el de su novia. A todos les cambia el nombre, incluso a la muerte. «Estoy escribiendo un libro. Se llama El chico de las musarañas. Os he cambiado el nombre a ti y a papá», le contó a su madre. «Mi padre, formalmente conocido como don Ernesto, mantuvo una relación breve pero llena de acontecimientos con doña Aitana, poniendo fin a la misma tras conocer a otra mujer menos agraciada transcurridos los doce meses de comenzar la vida en pareja. Desde entonces, don Ernesto y doña Aitana, galán italiano y musa española, son mejores amigos y forman un tándem perfecto para lidiar con los asuntos referentes a mi persona».

Aless habla también abiertamente de su evolución y de cómo las cosas no parecían ir bien. «La muerte no es más que una transición. Podría compararse a la preparación del cuerpo humano que precede a un parto. Hablo de sensaciones inquietantemente tranquilizadoras y lúcidas, sensaciones que te dejan inmóvil, y si quieres, te lanzan fuera del cuerpo», dice. «Todavía quedaba la última batalla, la batalla de mi vida, pero creo que el cuerpo es sabio y te prepara para todo, incluso la muerte. Es lo más extraño que he sentido en mi vida».

De la esperanza a la recaída

En el capítulo 6, Ana Obregón retoma el relato para hablar de los momentos de recuperación en el duro tratamiento de su hijo. Aless llegó a celebrar que estaba «limpio» tras meses de cuidados en Nueva York. Era el 2018 y el proceso continuaría en España. «Aless, estás limpio, no queda ni una sola célula maligna en tu cuerpo ¡Te has curado!», le dijeron. 

Nueve meses después, las cosas cambiaban. La última batalla es el capítulo que cierra el libro y en el Ana Obregón explica el momento en el que a Aless le detectaban un nuevo tumor y que tenía metástasis. 

La familia se reunía entonces en Barcelona para pasar los últimos días con el joven. «Le veía tan guapo, lleno de salud, juventud, y con esa mirada repleta de aspiraciones. Para mí era invencible». Aunque el 2020 empezó con buenas noticias, pronto volvieron los dolores. Llegaba la tercera recaída y los médicos le transmitían a la presentadora que la quimioterapia no funcionaba y que el tumor de su hijo crecía. «Mi hijo se va a curar, como lo ha hecho ya varias veces», les espetaba. Tocaba empezar con un novedoso ensayo. Fue en esa época, ya en el 2020, cuando Aless puso sobre la mesa el asunto de su descendencia. «Mamá, papá...Si me pasa algo, acordaos de la muestra que dejé en el laboratorio de Nueva York. Quiero tener hijos, aunque ya no esté. Es mi deseo... Prometedme que lo vais a hacer... por favor...», relata Ana Obregón que, junto a su padre, le juró que cumpliría su legado. 

Ana explica también cómo le comunicaron que el tiempo de su hijo se había acabado. «Salí a la calle, que estaba desierta por la pandemia, corrí gritando por la acera como una bestia salvaje...». 

El intento de suicidio

En el epílogo de El chico de las musarañas, Ana recuerda los días posteriores al fallecimiento de su hijo cuando asegura que le impactó un último texto en su teléfono móvil que no llegó a publicar. Tras eso solo podía pensar en acabar con su vida. «Si mi hijo moría antes que yo, no sufriría ni un segundo: me iría con él». Obregón explica a continuación su intento de suicidio. «Un séptimo piso, la decisión era firme (...) Me empiné sobre la barandilla que no era muy elevada. Si me lanzaba al vacío, seguiría viviendo contigo eternamente (...) Alcé una pierna pasándola al otro lado, mientras me sujetaba con las manos firmemente a la barandilla (...) tenía que darme prisa para que mis hermanas y Alessandro, que lloraban en el salón, no se diesen cuenta de mi ausencia». Ana explica que en ese momento llamaron a la puerta. «Escuchaba a lo lejos la voz de Alessandro padre, como si me hablaran desde otro mundo». Que Lequio la llamase en ese momento dice que le salvó la vida. Eso y que le recordase lo importante que era llevar a cabo el legado de su hijo. «Durante tres años he guardado en secreto tu testamento, ese pacto que hicimos en el hospital tu padre tú y yo. He luchado en silencio para conseguir lo imposible».

«Te prometí que te salvaría y no pude cumplirlo. Te juré en el hospital que cumpliría tu última voluntad, y ese milagro se ha hecho realidad (...) Por fin tendré un poquito de ti aquí conmigo y nunca jamás volveré a estar sola», escribe sobre el nacimiento por gestación subrogada de la niña Ana Sandra.

Ana Obregón cierra el libro con un mensaje para su hijo: «Ahora me vaciaré de paisajes dolorosos porque tu hija me prestará su sonrisa y tu corazón. Ahora quiero vivirme. Por tu hija, por mi nieta. Por ti».