El debate sobre trabajar con portátil desde las cafeterías sigue latente en Santiago: «Si es así, preferimos que no vengan»

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Una persona utilizando un ordenador en una cafetería.
Una persona utilizando un ordenador en una cafetería. MARISCAL | EFE

Con la pandemia y el auge del teletrabajo ya superados, perdura la tendencia de llevar encima los ordenadores y ponerlos sobre la mesa en la pausa del café. Los hosteleros de Compostela dividen sus posturas entre el «no» rotundo y los que lo ven como una posible tabla de salvación

27 abr 2024 . Actualizado a las 19:22 h.

De lunes a viernes y sobre todo a las mañanas, las cafeterías de Santiago albergan a un tipo de cliente que, además de desayunar o tomar el café de medio día, aprovecha para mandar correos electrónicos y organizar su agenda. La escena del picheleiro que llega a una local con el ordenador metido en la bolsa no es nueva, pero se ha agudizado en los últimos años. Desde los establecimientos de Santiago explican que los que ocupan una mesa como oficina son minoría, pero que la tendencia se ha extendido desde la pandemia. «Preferimos que no vengan», dicen desde el Costa Vella, cuya terraza interior se llena día tras día cuando llega el buen tiempo. «Si llega alguien y despliega el portátil no le decimos nada, pero si lleva mucho tiempo y necesitamos el sitio para otro grupo, le pedimos si, por favor, se puede mover», continúan. 

La hostelería se divide entre dos posturas, la de los que responden un «no» rotundo y la de los que piensan que las personas teletrabajando pueden ser una tabla de salvación para el negocio. «Nosotros no ponemos ningún problema, no es una cuestión del tiempo ni de la consumición. De momento, no tenemos esa norma en el local», dicen desde el Airas Nunes. Cuentan que entre semana y sobre todo en horario de mañana, muchas de sus mesas se ocupan por clientes con portátil. La mayoría de ellos son habituales —y algunos estudiantes— que ya conocen las pautas de la cafetería: «Los fines de semana tenemos más trabajo y, como consecuencia, hay más ruido. La gente ya sabe que les va a ser más difícil concentrarse en el ordenador, por eso vienen menos», alegan. No hay un tiempo de estancia fijo, pero «algunos de los de siempre se pueden quedar hasta tres o cuatro horas».

A Tartitis, cafetería pegada al Campus Sur, llegan diariamente estudiantes que despliegan sus portátiles en una de las cinco mesas de las que consta el local. De ambiente tranquilo, sin el barullo que sacude algunos otros locales frecuentados por universitarios, llegan a la mañana, antes de las clases o entre medias, y piden desayunos. «No ponemos traba con el tiempo porque nunca tuvimos ningún caso de alguien que se quedara más de lo normal. Siempre que consuman, no hay problema ninguno», explican, alegando también que el hecho de ser un local pequeño favorece la rotación. En la cafetería Mambara, situada en la Rúa das Orfas —cerca de las facultades de Filosofía e Historia—, tampoco tienen problema con que la clientela trabaje desde allí. En el momento de la llamada telefónica, tenían a un grupo de tres chicas haciéndolo. 

«Pueden venir ocho o diez personas al día fácilmente», responden acerca de la cantidad. El suyo, a diferencia de Tartitis, es un local grande, con tres alturas. No tienen límite de tiempo establecido porque «la gente se suele comportar bastante». «No hay nadie que se eche cinco horas con un café», dice el hostelero entre risas. «Por lo general, la gente toma algo con el ordenador y se va. Puede ser media hora o una, pero no suelen estar toda la tarde entera. Solo lo hemos visto en casos aislados», continúa. Sobre el perfil, «hay un poco de todo», desde personas jóvenes que van a estudiar hasta adultos que trabajan y hacen llamadas. «Incluso algunos vienen a jugar a juegos», atestiguan desde el local, dando a entender que lo que hagan en el tiempo que estén tampoco les interfiere. 

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Una hora dando vueltas…

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Corren por las redes publicaciones de usuarios contando su experiencia teletrabajando en cafeterías. La gran mayoría de ellos —o, por lo menos, los más llamativos— son en tono denuncia. «Todas las semanas voy a un sitio pequeñito y hoy, como varios sábados, he venido con mi ordenador», comentaba una joven en un vídeo que no tardaba en hacerse viral en TikTok. Acto seguido, contaba cómo le habían invitado a levantarse: «No voy a trabajar, voy a organizar unas cosas que tengo que hacer, pero voy a tomar mi café y mi tostada y a los 35 o 40 minutos me voy a ir», respondía ella. Parte de los usuarios habitan ciudades grandes, núcleos en los que el teletrabajo está más extendido. Tal y como publicaba La Voz hace dos meses, en Galicia las personas que trabajan a distancia cayeron en el 2023 hasta el 11,7% de los ocupados, la mitad que en Madrid.

Hay hosteleros para los que ver portátiles ocupando sus mesas supone más de un quebradero de cabeza. Mencionan, primero, una cuestión de rentabilidad. Que una persona ocupe una mesa en la que caben cinco durante dos o tres horas habiendo pedido solo un café supone un beneficio menor que el que podrían haber conseguido sentando en ese mismo espacio a un grupo más grande. Después, argumentan a partir de la propia naturaleza de las cafeterías, bares y restaurantes. Para muchos, dejar pasar portátiles sería transformar un espacio de descanso y desconexión en algo parecido a un coworking, una prolongación de la oficina y de la vida laboral. «Si son una o dos personas, vale. El problema es que si hay 20, nosotros necesitamos mesas para nuestro servicio», alegan desde el Costa Vella. 

Pero, ¿por qué hay personas que eligen la calma o el ajetreo de las cafeterías para trabajar a distancia? «A veces estoy en casa y pienso en ir hasta a alguna cafetería para hacer cosas, pero a muchas de ellas no acabo yendo porque no todas invitan a hacerlo. Hay pocas cafeterías que propicien estar sentado y tranquilo con tu portátil», explica Daniel, un joven que recurre a los establecimientos de hostelería cuando la monotonía del hogar le sacude. Nunca le han llamado la atención, también porque su experiencia coincide con períodos de tiempo breves: «Nunca he estado más de una o dos horas», explica. Marcos, estudiante en la USC, intenta separar su ambiente de trabajo de su ambiente de descanso, que es su casa. «Suelo ir a la biblioteca, pero cuando me satura me acerco a alguna cafetería», argumenta.