Una tirita no tapona una hemorragia

PONTEVEDRA CIUDAD

Concello y subdelegación pretenden «torear» las quejas vecinales por altercados de orden público que afean la imagen de la ciudad

31 mar 2024 . Actualizado a las 05:05 h.

Pontevedra sufre, en pleno centro urbano, un problema de orden público que genera una muy mala imagen y que trae como consecuencia un creciente malestar ciudadano con recogida de firmas y reclamación de actuaciones a las autoridades competentes. Pero la impresión que extraen vecinos y comerciantes afectados es que Concello y subdelegación del Gobierno les pretenden torear con una lectura menos grave de la situación en la ciudad. Lo que la oposición municipal ha criticado como «banalización», al interpretar que tanto alcaldía como subdelegación minusvaloran la situación para maquillar su inacción.

El Partido Popular entiende que los cargos públicos aludidos pretenden rebajar la importancia de los altercados, como los que ocurren en las galerías de la Oliva, en la plaza de A Ferrería y en Campolongo, «protagonizados por personas en situación de exclusión social, con adicciones e incluso problemas de salud mental», como lo definían eufemísticamente el subdelegado, Abel Losada, y el alcalde, Miguel Fernández Lores, al término de la última junta local de seguridad.

Vistas las declaraciones y conclusiones que ambos expusieron, la sensación es que la junta fue más una infructuosa terapia de grupo, que una reunión resolutiva que debería transmitir seguridad a quienes la demandan frente a los disturbios que tienen que soportar. Es decir que les pretenden engañar con una tirita para detener una hemorragia.

Hay cifras que acreditan la trascendencia que para numerosos ciudadanos están teniendo los altercados de orden público ocasionados por indigentes, sin techo, drogadictos y otros individuos que merodean, campan y pernoctan por diversas zonas de la ciudad con manifiesta impunidad. Que se hayan reunido más de 500 firmas de apoyo de clientes y vecinos que endosan el escrito de quejas del medio centenar de establecimientos asentados en las Galerías de la Oliva, en tan solo unos pocos días, retrata el descontento creciente. Y se suma a las 700 firmas que reunieron vecinos del entorno de A Ferrería reclamando mayor presencia policial y la intervención de los servicios sociales para poner freno a los desmanes ocurridos por allí, incluidas agresiones.

Tanto Miguel Fernández Lores como Abel Losada no están desinformados. Recibieron a vecinos de las zonas más afectadas y escucharon sus demandas, minutos antes de la junta local de seguridad. Sin embargo, siete días después, la situación no ha cambiado. No se perciben más patrullas policiales y en cambio la presencia de los individuos problemáticos no se ha rebajado.

Desde luego la imagen que damos en Pontevedra en fechas tan turísticas con tales espectáculos dista mucho de ser el onírico modelo de ciudad de una urbe amable y tranquila, holograma al que sigue aferrado el gobierno municipal del BNG, ignorando la cruda realidad que palpita en el kilómetro cero de la reforma urbana.

Lo que ahora rezuma no es nuevo ni reciente. Pontevedra lleva mucho tiempo siendo destino preferente de indigentes, sin techo, migrantes y otras personas sin recursos que comen, viven y duermen en portales y galerías. Un termómetro inefable es el abarrote del comedor social de San Francisco. En enero de este año, La Voz de Galicia reveló que los padres franciscanos ya superaban la cifra de más de 200 raciones diarias de comida entregadas y otros tantos bocadillos cada día para las cenas, con los que alimentar a esa creciente marea humana. 

Paraíso de los grafiteros

Además del severo problema social que tenemos y al que las políticas municipales no parecen saber o querer dar, la ciudad arrastra desde hace años otros que revelan una creciente despreocupación de los gobiernos de Lores con relación a cuestiones de urbanidad y de orden público. ¿Cómo es posible que presumamos de ciudad limpia cuando se ha convertido en el paraíso de los grafiteros? Tanto en el centro histórico como en el casco urbano, las pintadas pueblan paredes, verjas, persianas y mobiliario urbano. Normalmente con un pésimo gusto —lamentablemente no tenemos ningún Bansky por aquí— trasladando una imagen sucia y deplorable.

Del mismo modo, la ciudad adolece de una vigilancia nocturna policial que preserve la integridad de monumentos, parques, jardines, contenedores y otros equipamientos que son vandalizados cada dos por tres. ¡Y qué decir de la proliferación de altercados y peleas en locales nocturnos y zonas de copas! No se entiende que el Concello se avivase, después de la pandemia, en aplicar la ordenanza anti-botellón para sofocar su resurgimiento en calles del casco viejo como Naranjo y otras, y en cambio, hoy en día no se aplique esa misma normativa a quienes consumen alcohol, drogas y generan conflictos en otras calles y plazas de la ciudad.

Probablemente una de las claves para descifrar el desentendimiento del Concello tenga que ver con el enquistado conflicto de personal con la Policía Local, cuyas demandas siguen sin atenderse y se traducen en un evidente desánimo de los agentes. Algo parecido a lo que ocurre con la Policía Nacional y el Ministerio de Interior, que no atiende las peticiones de refuerzo de efectivos que desde hace años requieren los sindicatos para la comisaría de esta capital, con la subdelegación de Gobierno mirando para… Cuenca.