Ni punto final ni punto y seguido

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

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30 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de cinco días deshojando la margarita —sigo, renuncio, quedo, me voy...—, Pedro Sánchez ha decidido permanecer al frente del Gobierno «con más fuerza si cabe». Las reacciones, previsibles, no se hicieron esperar. Alegría en las filas socialistas, que superan el síndrome de la orfandad, alivio absoluto en sus socios y rictus de decepción en la derecha que, pese a sus pronósticos, mantenía la esperanza de una renuncia que le desbrozase el camino hacia la Moncloa. Analistas y politólogos solo barajaban dos salidas al dilema planteado por el presidente: el punto final o el punto y seguido. La dimisión irrevocable o el «decíamos ayer» de Fray Luis de León, a quien Sánchez confunde con San Juan de la Cruz en su Manual de resistencia. La segunda opción, necesariamente tenía que ir acompañada de una cuestión de confianza o de una batería de iniciativas para justificar el yo-sigo: estas son las eivas del sistema —las letrinas de la política, el lawfare que haber, haylo, la galaxia digital ultra...— y estos son mis remedios. De lo contrario, ni el psicodrama vivido durante cinco días, ni la tensión institucional, ni el estrés al que fue sometida la sociedad española habrían merecido la pena. Pero Sánchez, sorprendiendo de nuevo a tirios y a troyanos, sacó de la chistera una tercera opción. Ni punto final ni punto y seguido: ni se va, ni regresa al punto de partida. Esta decisión, afirma, «no supone un punto y seguido, es un punto y aparte, se lo garantizo». Traduzco: a esta historia, que comenzó el pasado miércoles, le falta todavía la segunda parte y Pedro Sánchez se propone escribirla.

El primer párrafo, al que ayer Sánchez puso punto y aparte, solo era un aldabonazo en la conciencia colectiva. El presidente, herido por las descalificaciones y continuos ataques a su mujer, nos interpelaba a todos sobre los límites éticos y estéticos de esa forma de hacer política. El afán por destruir al adversario, previa deshumanización y reconversión en enemigo. La multiplicación de insidias y difamaciones, que alcanzan no solo al político en ejercicio sino a toda su familia. La proliferación de libelos digitales que responden a intereses espurios. El uso torticero y partidista de las instituciones. La política española, sin entrar ahora en el reparto de responsabilidades y culpas, se ha transformado en un lodazal. Si esto es así, el plante de Sánchez, su aldabonazo y su apelación a una catarsis colectiva bien mereció la pena.

También es cierto que, si eso fuera todo, después de la potente puesta en escena llegarían el desencanto y la frustración. Para ese viaje de cinco días no hacían falta alforjas. Pero sí harán falta provisiones, y diálogo, y valor, para escribir el párrafo que viene después del punto y aparte: el texto de la regeneración pendiente de nuestra democracia. Sánchez, al apelar a una movilización de la mayoría social para desmontar la máquina del fango, frenar la política de la vergüenza y apostar por la dignidad y el sentido común, puso ayer el listón muy alto. «Mostremos al mundo cómo se defiende la democracia». Palabras mayores.