Reflexiones sobre la docencia universitaria

Rosendo Bugarín MÉDICO DE FAMILIA

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

28 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Me ha parecido muy interesante el artículo publicado en este periódico que hace referencia a la calidad académica otorgada por los alumnos de la Universidad de Santiago (USC) a los profesores mayores, próximos a jubilarse, con respecto a los docentes más noveles. Aunque no pertenezco al cuerpo docente de dicha universidad, imparto un día a la semana clases de Enfermería en Lugo. Mucho me temo que, probablemente, mis alumnas me encuadren dentro del primer grupo.

El análisis de la docencia universitaria, y en particular la de las ciencias de la salud —tal como se lleva a cabo en la actualidad— es complejo y da para muchas reflexiones, ya que debería girar en torno a tres competencias profesionales: solvencia pedagógica, solidez investigadora, así como calidad asistencial. Parece obvio pensar que no se puede ser un buen profesor de Medicina o de Enfermería sin tener experiencia en la clínica, es decir, en la atención de enfermos. De ahí que la mayoría de las plazas de profesor que se convocan, en la actualidad, sean «vinculadas», lo que implica que parte del tiempo se va a dedicar a la investigación y a la docencia (la parte universitaria), pero, como es natural, la mayor ocupación (más o menos el 75 %) se llevará a cabo con los pacientes en un hospital o en un centro de salud (la parte asistencial).

Por ello, a través de un convenio, los procesos selectivos para otorgar estas plazas están formados por tribunales mixtos, es decir, por profesionales que representan a la USC —la mayoría— junto con otros que forman parte del Servizo Galego de Saúde.

La evaluación de los méritos de los candidatos permite evidenciar hechos muy curiosos. Uno de ellos es que para aspirar a ser profesor universitario no se requiere acreditar ninguna formación pedagógica previa. En efecto, los profesores de enseñanza primaria deben superar, como es lógico, materias en el pregrado relacionadas con dicha disciplina, y aquellos que se quieran dedicar a la enseñanza secundaria antiguamente debían realizar el CAP (curso de aptitud pedagógica), y en la actualidad el máster de profesorado. Nada de esto es necesario en la enseñanza universitaria. Pero, desde mi punto de vista, lo más llamativo es que lo que realmente importa, lo que va a marcar la diferencia, lo que decide, son las publicaciones del aspirante, los papers en revistas científicas «de calidad» Q1, con alto factor de impacto JCR.

Así, podría ocurrir (y ocurre) que el candidato con un mayor número de publicaciones y proyectos sea el seleccionado, aún cuando no haya tenido actividad asistencial en los últimos años y, por tanto, como dice una de las alumnas del artículo, no sepa lo que pide el mundo laboral, ni esté actualizado en las novedades tecnológicas, ni en las guías clínicas, ni en las opciones terapéuticas más recientes.

Para la comunidad universitaria —a excepción de los alumnos—, esto tiene mucha lógica pragmática, ya que, tal como también se reseña en el artículo, pertenecer al «selecto grupo de las mejores universidades en el ránking de Shanghái» pasa por acumular publicaciones científicas. El problema es qué pasa con la asistencia (y con la docencia).