Abel Azcona, referente mundial del arte performático, visita Galicia: «Para mí, seguir vivo es un acto de venganza»

FUGAS

Abel Azcona ofrece un taller creativo en Galicia.
Abel Azcona ofrece un taller creativo en Galicia. CINTIA SARRIA

El artista llevará a cabo una performance de 12 horas e impartirá un taller creativo en A Casa Branca, en Santiago

10 may 2024 . Actualizado a las 10:17 h.

En el lado salvaje de la vida ha transitado toda la existencia de Abel Azcona (Pamplona, 1988), el enfant terrible del arte contemporáneo español. Su cuerpo es su obra culmen. Su biografía, su inacabada gran creación. Sus maltratos, sus abusos sexuales, su enfermedad mental, la religión, el sexo y las drogas, la materia prima de la que se nutren sus performances. Del 17 al 19 de mayo impartirá un taller sobre esta disciplina artística en el centro cultural A Casa Branca, en Santiago. El jueves 16 realizará en el mismo lugar una performace de resistencia durante 12 horas, que cuminará en una instalación expositiva.

—Desde el punto de vista pedagógico, ¿qué es el «método Azcona»?

—Lo que hago es explorar y exponer en primera persona las miserias humanas que he vivido y hacer que eso se colectivice. Es un encuentro pedagógico que tiene que ver más con el yo desde el dolor que con la resiliencia o con un punto de vista más positivista. Pero esa catarsis colectiva provoca que la gente salga de allí transformada.

—¿En qué consistirá la performance que realizarás el jueves 16 en A Casa Branca?

—La perfomance es un proyecto de resistencia. Lo que el espectador se va a encontrar es un artista sentado delante de una mesa, que va a empezar a hablar en torno al derecho a no haber nacido. Yo siempre he dicho que el mayor acto de amor que he tenido en mi vida fueron los tres intentos de aborto de mi madre. Ella era prostituta y consideraba que si nacía, iba a nacer, pues como nací: impregnado en heroína -porque ella consumía-, en una situación de precariedad total, rodeado de violencia, de abusos sexuales, de maltrato... Incluso me prostituyeron de niño. Pero en aquella Pamplona conservadora no le permitieron abortar. Por eso digo que el sistema que no me protegió y me obligó a nacer es el culpable de que luego yo haya sufrido todo lo que he sufrido. La performance consiste en hacer una reflexión en vivo sobre eso durante doce horas.

—¿Doce horas seguidas?

—Sí, sí. De 9 a 21 horas. Es cañera. Durante ese tiempo voy a narrar en alto, al tiempo que voy escribiendo a mano, todo el infierno que me ha sobrevenido tras mi nacimiento obligado. Igual llega un momento en el que la mano ya no me responde y tendré que coger la de algún espectador para que me ayude. Hablaré y escribiré de mi propia prostitución, de mi abandono, de mis abusos sexuales, de mi maltrato, de mis adicciones, de mi enfermedad mental, de mis brotes, de mis ingresos en psiquiatría... Y lo que haré después es coger esos papeles manuscritos, enmarcarlos y colgarlos en la pared a modo de instalación.

—En muchas de tus performance has experimentado con el dolor físico. ¿Has llegado a alcanzar o atisbar dónde están los límites del dolor?

—Yo he hecho performances de mucho dolor, pero siempre digo que cuando el dolor interno es tan fuerte, el dolor externo no se nota tanto. Hace 10 o 12 años sí que hacía performances sangrientas. Pero ahora estoy en un momento que hago más autoviolencia interna y mental que física.

—¿Utilizas tu cuerpo como un arma?

—Para mí, seguir vivo es un acto de venganza. Y no deja de ser curioso que las mismas personas que me obligaron a nacer sean las que ahora me desean la muerte. El propio arzobispo de Pamplona dijo en una entrevista que en mi caso habría hecho una excepción con el aborto. Pero llegó 20 años tarde.

—¿Cuál sería tu acto de desobediencia soñado?

—Yo creo que lo estoy viviendo. Yo voy a morir dentro de una performance. Es un acto de desobediencia definitivo que haré. Lo tengo muy claro. Pero también el que todo el mundo esté esperando ese acto, ya es desobediente de por sí. Cada vez que hago una exposición me llaman los del museo: «pero no te vas a matar aquí, ¿no?». Solo eso, el que la idea de la muerte vuele sobre sus cabezas, ya es un posicionamiento y un acto desobediente.

—¿Cómo son tus momentos de felicidad?

—Generalmente han ido de la mano de orgasmos o de las drogas. Pero ahora estoy cuidándome porque estaba bastante salido de madre (se ríe). El término felicidad me parece horroroso. Digamos que no estoy en una constante de dolor y de autoflagelación, en ciertos momentos de abstracción en los que me intoxico con otros cuerpos, con placeres o con un paseo por el monte, que también puede ser. No todo tiene que ser autodestrucción.

—¿Te consideras un provocador o al final todo es un mecanismo de defensa?

—Vivimos en un sistema tan gris y en una asepsia mental tan generalizada que cualquiera que asome un poco la cabeza parece un provocador. Pero la única provocación que yo acepto es la de estar vivo y visibilizar lo que se me ha hecho vivir. Sí, yo hago esto como método de supervivencia y como mecanismo de autodefensa, pero también hago crítica.

—¿El arte contemporáneo se ha vuelto condescendiente?

—No quiero ser macarra, que estoy en un momento muy naif. Pero es que lo que hacen el 90% de artistas es una mierda. El arte estético por estético, el arte bonito... Para eso está Ikea, ¿no? Estamos en un momento en el que el arte debe ser crítico, debe ser social, debe ser político y sobre todo debe revolver y transformar a quien lo ve. Ningún artista debería permitir que un espectador entre a ver su obra y no salga diferente a como ha entrado. Y hoy tú vas al CGAC y sales exactamente igual que has entrado. Eso es un problema grave. Yo sé a ciencia cierta que todas las personas que vienen a mis performances se van a acordar toda la vida de lo que han visto.

—¿Te interesa el arte como objeto, como algo permanente?

—Yo creo que en mi caso el objeto soy yo. En mi nacimiento yo fui claramente un objeto político. Entonces, ahora lo que hago es sobreexponerme o contraexponerme una y mil veces para contar esa experiencia. Yo como objeto, yo como escultura, yo como instalación... Incluso el día en el que me muera en una performance, seré una instalación artística muerta allí. Así que, al final, el objeto es mi propio yo. Mi historia, mi experiencia, mi dolor y mi propia vida ya son lo suficiente y conceptualmente poderosas como para ser piezas en sí mismas. Yo entiendo que haya otros artistas con unas vidas cómodas que se dediquen a pintar limoneros en un lienzo. Pero eso, más allá de decorar un bar, yo no lo contemplo como arte.

Jordi R. Baixa

­—Vas a ver por primera vez a tu madre biológica a finales de este año en el marco de una acción en un museo. ¿Cualquier momento o circunstancia de la vida es susceptible de ser convertida en una creación artística?

—Ir al Lidl y crear una obra con ello, pues yo no lo veo. Pero es que en mi caso, todas mis experiencias vitales tienen que ver con el trauma. España es un país tardofranquista y ultracatólico que lo que promueve es que todas las mierdas se limpien en casa. Y justamente yo me dedico a lo contrario, a expandir esa mierda para que me ayude a mí a sobrevivir.

—Acabas de realizar dos grandes retrospectivas institucionales y vas a exponer en el museo Reina Sofía. Pero a la vez sigues realizando acciones en locales autogestionados, como A Casa de Arriba, o performances en la propia calle. ¿Cómo equilibras esos dos ámbitos?

—Quizá me esté malacostumbrado a ese tipo de exposiciones institucionales de gran formato. Pero siempre intento ser consecuente con mis orígenes y no olvidarme de los espacios con una mirada más disidente, una mirada política y social. Que tengan un punto más punki, más alternativo, como es A Casa Branca. Durante muchos años he hecho performances en la calle pero no por ello voy a dejar de contar mi historia en los espacios en los que me inviten. Siempre con un posicionamiento claro y sin censura. Es decir, si yo presento un proyecto tengo que hacerlo tal cual o no lo voy a hacer. Pero si tengo esa libertad, voy a ocupar el espacio que me permitan ocupar. Por desgracia, no es lo mismo gritar en la calle Estafeta que gritar en el Reina Sofía. Llegas a más público y a otro tipo de público. Al final, las instituciones son altavoces.

—Ya que hablas de censura, ¿dónde están los límites de la libertad de expresión?

—En ninguna parte. El artista debe ser librecreador total. Yo mismo he entendido como parte de mi proceso artístico el tener a una señora echándome agua bendita debajo de mi casa durante tres años. No creo en ningún tipo de límite. Incluso morir en la propia obra tiene que ser parte de esa libertad. La libertad de expresión o es plena o no es libertad de expresión.