Ante la historia, el gran molino de Xuvia

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

MOECHE

Ramón Loureiro

31 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Río Grande, como todo el mundo sabe, es el título de una de las más hermosas películas de John Ford. Una cinta filmada en el año 1950 y protagonizada por John Wayne y por Maureen O'Hara. Una obra maravillosa que, como todo el gran cine de Ford —o como el mejor cine de Clint Eastwood, que también es poesía—, habla de la reconciliación, aunque parezca estar hablando, máis bien, de lo contrario. Pero más allá del mundo del cine —que tantas horas de felicidad nos ha regalado y nos regala, sobre todo cuando uno vuelve a los clásicos—, lo cierto es que el Río Grande, para mí, especialmente por la parte del corazón, siempre será el Xuvia. Nuestro tan querido Xuvia, que es el padre de la ría de Ferrol y que tiene la singularidad de que desde su nacimiento, en As Somozas, hasta su desembocadura, en la que abraza al mismo tiempo a Narón y a Neda, va atravesando, por tierras como las de Moeche y San Sadurniño, lugares absolutamente mágicos. Esos lugares en los que, como diría César Antonio Molina, «se calma el dolor».

Donde el Río Grande, nuestro Xuvia, se hace mar —en una desembocadura que, contemplada desde lo alto del puente, es tan hermosa que casi parece un milagro—, está un molino, ahora por fin felizmente restaurado, que guarda dentro de sí la memoria de Lestache, industrial nacido en Aquitania, a mediados del XVIII, que desde niño estuvo vinculado al mundo de las harinas, y que con el paso de los años iría extendiendo su actividad a otros ámbitos, como el del transporte marítimo y el de la fabricación de papel. Toda mi vida quise ver ese molino restaurado. Y les confieso que ahora, cuando ha recuperado todo su esplendor e incluso va a acoger un museo, me quedo mirándolo otra vez más y percibo, de alguna extraña manera que no sabría explicar, que el río está también contento, como lo están los cormoranes que a su alredor vuelan. Si yo supiese dibujar, que por desgracia no sé, dibujaría ahora el molino y el río. Lo dibujaría, sí —a pesar de que todo ello ha sido pintado ya por pintores magníficos—, porque con ese dibujo, que no sería gran cosa pero que llevaría consigo el mayor de los afectos, me gustaría desearles un Feliz Año Nuevo a todos ustedes. Cosa que, en cualquier caso —y aunque el dibujo no exista—, hago aquí, amigos (Feliz 2023!), al tiempo que les doy las gracias, una vez más, por estar ahí, tan generosamente.

Veo ese gran molino, al pie del Río Grande, y vienen a mi memoria, también por la parte del corazón, otros molinos y otros ríos, muchísimo más pequeños pero todos ellos igualmente queridos. Molinos como el de Meu Tío Manolo (tío abuelo, en realidad, y hermano de Meu Padriño Ramón, que hacía pan), el que molía el grano en Vilanova, por donde antaño pasaba el Camino Real, y donde hubo, además, una capilla medieval que desapareció y que hoy es un misterio. Mi madre me hablaba de ese otro molino, y lo convertía en el escenario de un cuento en el que el Lobo Feroz siempre salía burlado. Disculpen ustedes la melancolía. Alejemos de nosotros la tristeza. Habitamos el prodigio de existir. Y nos quedan los recuerdos.