Polizones conocidos

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

12 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivir muchos años manteniendo una salud aceptable y una autonomía suficiente es algo que todos desearíamos para nosotros y para nuestros familiares y amigos. Más o menos así fue como un tío mío vivió 95 años, aunque los últimos meses había perdido su envidiable lucidez de siempre y la artrosis acabó imponiéndose. Murió hace un par de años por estas fechas, por eso hoy me acordé de él y, al hacerlo, recordé lo que me contó la última vez que fui a visitarlo a su casa. Hablamos de su juventud, de aquella vida con sus padres (mis abuelos) y con su hermano (mi padre), una época ya lejana. Pero, en un momento se quedó en silencio, muy reconcentrado, y me confesó: «Al recordar mi vida, me armo un lío, me falta un año por aquí, dos por allá…, y a veces me cuesta reconocerme en aquello que hice en algún momento del pasado. Es como si hubiesen vivido mi vida varias personas que se fueron sucediendo unas a otras». Es una frase que sigo recordando, porque es una confidencia de una persona mayor desconcertada al no poder recomponer sus vivencias con más o menos precisión. Y después de mucho pensar en ella, llegué a la conclusión de que con el paso de los años todos vamos renovando nuestra identidad, nuestra propia esencia, y por eso se nos escapan recuerdos por las rendijas del tiempo. Es como si cada uno de nosotros, periódicamente, se fuese reencarnando en otro, que mantiene con el anterior algo en común, claro, pero que ya no es exactamente el mismo. Mi tío, de alguna de esas personas que fueron ocupando su vida, no recordaba casi nada.

Y puesto a repensar en mi caso, llego a la conclusión de que tengo ya muy poco que ver con aquel niño que correteaba con otros compañeros por su pueblo, perfectos conocedores de caminos, atajos y huertas. A ese que fui, feliz y despreocupado, le sucedió otro de 17 ó 18 años, que fue un inquilino estupendo con el que pasé una etapa universitaria rica en lecciones de todo tipo, tanto académicas como humanas. A su vez, este fue sustituido por otro que vivió una época de indecisión por dudar entre alargar la juventud o afrontar ya la madurez. Y pronto llegó uno nuevo, con sus obligaciones familiares, con proyectos de futuro, que se fue convirtiendo en un tipo maduro y poco alborotador, que llegó a la conclusión de que en este mundo uno vale más por cómo es, que por lo que es o tiene. Y después de años de trabajo, llegó un nuevo okupa, este ya jubilado y más escéptico, al que veo todos los días en el espejo y al que observo cada vez con más atención para ver si de una vez nos aclaramos en este complicado trayecto que es la vida. Porque muy a última hora apareció un señor con ganas de meterse en líos a cambio de un servicio público que nunca se sabe cómo terminará… Yo le advierto que una cosa son los proyectos y los buenos propósitos, y otra distinta es la realidad que te condiciona. Pero siempre me responde con una frase que sacó no sé de dónde: «El alma tiene ilusiones, como el pájaro alas: eso es lo que la sostiene».

Bueno, pues que no le falte la ilusión, en la confianza de que este sea el último polizón de los muchos que se me han colado en las distintas etapas de la vida