La fiesta de la gabarra asombra al mundo

J. GÓMEZ PEÑA COLPISA

DEPORTES

Miguel Toña | EFE

Un millón de aficionados recibieron al Athletic en la celebración tras proclamarse campeón de Copa y dejaron claro por qué es un club único

11 abr 2024 . Actualizado a las 21:21 h.

Había un recuerdo feliz sumergido desde hace mucho tiempo en la ría. Y era el momento de rescatarlo. Llegó el día del rito. De la gabarra, palabra mágica para el Athletic. Pasaba al fin el cometa rojiblanco. Lo hizo hace 40 años y ahora ha vuelto. De nuevo, el Athletic es campeón de Copa y surca otra vez el Nervión sobre esa barcaza. La luz del cometa lo envuelve todo. Ilumina a pleno sol a más de un millón de aficionados en las dos márgenes de la ría y en las calles de Bilbao, teñidas de rojo y blanco. Una Copa y un millón de campeones. La locura. El Athletic, caso único en el fútbol mundial por su filosofía de cantera, cumple con su peculiaridad: nadie festeja ni siente así un título. Entre todos. En una inmensa familia. Las imágenes de la gabarra navegando sobre una marea humana de aficionados asombran al mundo y permanecerán en la historia del deporte.

Periódicos, webs y televisiones de todo el planeta enfocaron hacia la desembocadura del Nervión. La cadena estadounidense CNN, por ejemplo, llevó las imágenes de la gabarra a su portada. «Si yo he alucinado, fíjate por ahí», confesó José Ángel Iribar, leyenda viva del club. Así es, en las cuatro esquinas de la tierra comprobaron en directo por qué este equipo es singular. Al llegar al Ayuntamiento, Iker Muniain y Óscar de Marcos levantaron el trofeo de todos. Flotaba, claro, sobre tantas manos. «Es el club más fascinante del mundo», definió su entrenador, Ernesto Valverde.

Esta gran aventura que es el Athletic arribaba de nuevo a puerto con un tesoro. Y su familia, que tanto ha esperado, le recibió con las banderas al aire. «Aquí estaba yo en 1984 y aquí me he hecho hoy una foto», repetía Tomás. Como tantos. Otros, los que no habían nacido, ya tienen para siempre algo que contar a las siguientes generaciones. Un pedazo de oro de la historia rojiblanca. «Mi ama me ha dicho que no me lo puede contar con palabras, que tengo que vivirlo», decía Maider antes del paso de la comitiva. Iba uniformada como todos, con la camiseta del Athletic. Dos colores: pasión y sentimiento. Todos se sienten parte del Athletic. Cierto: la afición es la pasta de la que está hecho este equipo impar, único, con capacidad para juntar a más de un millón de campeones en torno a una pequeña gabarra. El mundo se giró hacia Bilbao. Hasta un avión de línea varió su rumbo para volar por encima de la ciudad y ser testigo de la fiesta.

Cuántas lágrimas felices rodaron con el balón que Álex Berenguer convirtió el sábado en el penalti definitivo ante el Mallorca. La Copa regresaba a Bilbao cuatro décadas después. Y eso, esa media vida de espera, desató en el estadio sevillano de La Cartuja un tsunami emocional que abrazó a abuelos, madres, hijos y nietas. En la ría de Bilbao, como uno de esos viejos barcos fantasmas de las historias piratas, emergió la gabarra, dispuesta como en 1984 a llevar a hombros al Athletic campeón.

De padres a hijos

Vizcaya ha cambiado tanto... Antes era gris, minera, fabril, lluviosa. Los hinchas acudieron entonces a la cita con la gabarra en aquellos trenes por cuyas puertas abiertas los jóvenes asomaban casi el cuerpo entero. Hoy, Bilbao y el territorio son destino turístico. Hay un metro de diseño; un museo, el Guggenheim, de postal. Se ven muchas corbatas y pocos buzos de fábrica. Pero su equipo de fútbol sigue fiel a sí mismo. El gol de Berenguer activó un viaje en el tiempo para aquellos críos que hace cuatro décadas se asomaron en masa a las orillas del Nervión para jalear a su ídolos. Ahora les ha tocado al fin llevar a sus hijos a esta fiesta única en el fútbol mundial.

Dicen que había más de un millón de personas. Seguro. Aunque, de hecho, eran muchos más: al pasar junto al nuevo San Mamés, desde la gabarra echaron a la ría pétalos rojos y blancos en memoria de «aquellos que han fallecido sin poder volver a ver al Athletic campeón». Este equipo enlaza recuerdos familiares. Sergio, por ejemplo, llevaba en su camiseta rojiblanca el nombre de su padre. Siguen rodando lágrimas con el balón de Berenguer.

Para los menores de 45 años suponía su bautizo como campeones; para los mayores, una cura de rejuvenecimiento: verse en 1984 animando en masa a Goikoetxea, Dani, los Salinas, Clemente... Los inuit, un pueblo que se reparte por el Ártico, creen en la reencarnación. Por eso ponen a los recién nacidos los nombres de los que acaban de irse. Esta vez en la gabarra, reencarnados, iban Muniain, los Williams, de Marcos, Valverde... Eso sí, vestidos con camisas idénticas, a rayas rojas y blancas, a las que portaron aquel día sus antecesores, que les seguían en otra barcaza. «Ya les tocaba a los chavales disfrutar de la gabarra», coincidían varios hinchas veteranos que aguardaban la llegada de la plantilla a Getxo, punto de partida del desfile triunfal. «Sácame un foto, anda». Un recuerdo de una jornada que nadie olvidará y cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo. Una Copa y más de un millón de ganadores. «Y como ha dicho Iribar, hasta el año que viene», animó Valverde. A por otra gabarra.