David Martín, seleccionador español de waterpolo: «En cuanto acaben los Juegos, me voy a Verín»

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Falleció su madre con ELA en Año Nuevo y ganó el primer Europeo para España unos días después

01 abr 2024 . Actualizado a las 19:29 h.

Gloria como jugador de waterpolo y una todavía mayor como técnico. David Martín Lozano (Barcelona, 1977) fue capitán de la selección española, olímpico y subcampeón del mundo. Con el Barceloneta ganó todos los títulos posibles. Una anécdota, si lo comparamos con lo que ha sido capaz de lograr desde el 2016, cuando le encomendaron el banquillo de la selección masculina. Con él, España volvió a ganar en el 2022 el título mundial que llevaba más de dos décadas resistiéndose. Tuvo la final de los Juegos de Tokio en la palma de una mano y viene de lograr en enero el primer oro en el Europeo de su historia.

—¿Por qué acabó en la piscina?

—Por cuestión familiar. Mi colegio tenía actividades en la del Barceloneta. A mi hermano Jesús, que es seis años mayor, lo captaron allí unos ojeadores. Convencieron a mis padres. Con mi hermana Belén pasó algo similar. A mí ya ni me preguntaron. Mi hermana fue internacional con la selección, estuvo en el primer combinado que fue a un Mundial. Es una de esas pioneras que no cobraban, que jugaban por amor al arte.

—¿Usted ha trabajado de algo que no sea el waterpolo?

—No, soy un privilegiado. Cuando me retiré con mi club, ya estaba como entrenador asistente del seleccionador Rafa Aguilar y viví un Mundial como entrenador. Nunca llegué a salir de la competición, solo la trasladé de dentro a fuera del agua. Lo que más eché de menos es el ambiente del vestuario. Como entrenador lo pierdes, y el nivel de estrés es mucho mayor. Pasas a tener que pensar por veinte cabezas. El jugador tiene una visión más egoísta, más cortoplacista. La toma de decisiones como técnico es mucho más dura, pero no me quejo. Cuando me preguntan a qué he tenido que renunciar, yo digo que a nada. Mis recuerdos de la infancia más bonitos son en una piscina y a ella le he dedicado mi vida. Soy licenciado en Psicología. En la carrera conocí a Mónica, mi mujer, haciendo el trabajo de una asignatura. Era el 2002. Me costó, se hizo la dura. Nació en Barcelona, pero es una buena gallega. Su padre es de Albarellos y su madre de Vences, dos parroquias de Verín.

—¿Se ha vestido ya de cigarrón?

—No, por respeto, pero me lo han ofrecido varias veces. Tengo un amigo que me metió en la peña del Entroido y fui a disfrutarlo un par de veces, a disfrazarme con ellos. Me encantó vivirlo desde dentro, el apego a la tradición. Hay algo de gallego en mí. Cuando tuvimos a los hijos —Yago y Enzo, dos mellizos de doce años—, empezamos a veranear todos los años en Galicia. Llevo dos, por competiciones, sin poder hacerlo. Está ya más que hablado. Cuando acaben los Juegos, me voy a Verín. Donde mejor desconecto es en Galicia.

—Lo que es una casualidad cinematográfica es que las parejas de su segundo entrenador, el ruso Svilen Piralkov, y del entrenador de porteros, Antonio Aparicio, también sean de Verín.

—Es acojonante. A mil kilómetros de distancia de un municipio tan pequeño. Y sin saber unos de los otros porque cada uno la conoció en un ámbito completamente diferente. Nos enteramos de casualidad, hará cinco o seis años. La última vez que estuve en Galicia fuimos al bautizo del hijo de Svilen. Y fue la primera vez que mi madre la pisó. Me insistió para venir con nosotros. Quería conocer la casa de mis suegros. A la vuelta, tuvo un par de episodios que nos mosquearon mucho. Un día se cayó al suelo y no fue capaz de levantarse. Le hicimos pruebas y en febrero del 2022, justo antes del Mundial, le diagnosticaron ELA.

—Qué duro.

—Mucho. Falleció este año, justo después de las campanadas, el 1 de enero. Tomamos juntos las uvas en la habitación del hospital mis hermanos y yo y a la 1.30 de la madrugada se marchó. Ya estaba completamente inmóvil, perdiendo la capacidad de respirar. Tampoco comía por sí misma. Sinceramente, cuesta decirlo, pero fue un alivio que se fuera. Tenía que viajar para el Europeo ese día, y lo cambié para el día 2, que además es mi cumpleaños. Imagínate qué días. Mi hermano vino conmigo para ayudarme con el scouting. Fue muy emotivo cuando lo ganamos. Diez años antes, dos meses después de fallecer nuestro padre, nos había pasado lo mismo cuando jugábamos juntos en el Barceloneta. Fuimos campeones de Europa de clubes. Algún cable ahí arriba debemos tener.

—A ver si se extiende en París. ¿Por qué España es potencia con tan pocos recursos?

—Tengo la espinita de Tokio, perdimos una gran oportunidad. Hay muchos niños a los que les encantaría este deporte, pero no hay instalaciones en las que entrenarse. Eso afecta a clubes y competiciones. La provincia de Barcelona es un oasis. ¿Por qué triunfamos? Porque la selección de talento en chavales de 14 a 18 años es muy buena en los centros de alto rendimiento. Si conseguimos una medalla olímpica, sería increíble. Ojalá la lleve a Verín.

En corto

Desde que a los trece años entró en contacto con el waterpolo en la piscina del Barceloneta, en la que nadaba siguiendo a sus hermanos desde niño, la trayectoria vital de David Martín nunca se ha apartado del deporte.

—¿Ha pensado en qué hubiese sido de usted si sus padres no le llevaran a aquella piscina?

—Pues probablemente hubiese sido bombero, o trabajado en salvamento de montaña o marítimo. Me hubiese dedicado a algún oficio que tenga cierto riesgo, adrenalina.

—¿Qué póster tenía de niño en su habitación?

—Me flipaban los documentales y las revistas de naturaleza. El National Geographic. Los tiburones me vuelven loco, de hecho tengo uno tatuado. Mi sueño, ya lo sabe mi mujer, es irme a Sudáfrica y meterme en una jaula para nadar con ellos. Estuve a punto de hacerlo en la luna de miel, pero era muy caro y ella tenía otras prioridades. Ahora buceo con mis hijos.

—¿Sigue otros deportes?

—Soy futbolero. Del Madrid, por mi padre, que era de Salamanca y muy merengue, y del Celta. Mis amigos gallegos me llevaron a Balaídos.

—¿Qué le gusta leer o ver en la televisión?

—Soy un friki. Me gusta el género de terror, los zombies. También los libros de liderazgo, de coaching. El último que leí fue «Once anillos: el alma del éxito», de Phil Jackson.

—¿Qué música tararea?

—Soy fan indiscutible de Joaquín Sabina, es un fijo en mi repertorio. Cuando hago deporte, me pongo AC/DC. Si no, pop-rock de los 80. Mi último concierto fue de la Niña Pastori. Acompañé a mi mujer.