Victoria Quintero: «El patrimonio refleja la sociedad que lo construye, y si es desigual, representa esa jerarquía»

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

PACO RODRÍGUEZ

La antropóloga ha hablado en el Consello da Cultura: «La mirada de género tiene acciones segmentarias, puntuales y excepcionales a las que se les da mucha publicidad»

15 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Victoria Quintero Morón, antropóloga y profesora de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, ha hablado de género y patrimonio en el ciclo Pensarmos del Consello da Cultura Galega

—¿Cómo es que el patrimonio tiene género?

—La visión que tenemos normalmente del patrimonio es que las cosas son esencialmente importantes, es decir, que cuando algo es patrimonio es porque es autoevidente. Desde hace unos 50 años se pone en cuestión y hay una visión más constructivista, algo así como que el patrimonio se hace. Lo que definimos como patrimonio va cambiando históricamente. Hace 200 años las piedras romanas se usaban para hacer muros; hace 50 años la fábricas se consideraban algo del día a día..., así que el patrimonio va cambiando. Estas teorías críticas dicen que los patrimonios, históricamente, son un reflejo de las asimetrías sociales. El patrimonio refleja la sociedad que lo construye, es una mirada al pasado desde el presente, y si la nuestra es una sociedad desigual y jerárquica, el patrimonio representa esa jerarquía. Por ejemplo, el 70% del patrimonio arquitectónico son fortificaciones, castillos, iglesias y palacios. ¿A quién representan?

—Al poder.

—Al poder, a las élites: a la nobleza, a la realeza, a la burguesía que ha tenido dinero para pagar pinturas... Hasta hace unos 50 años los patrimonios a quienes representaban prioritariamente no solo era a las élites, sino que invisibilizaban a las clases trabajadoras, a las personas racializadas, a los grupos étnicos minoritarios, que aparecen estetizados para mostrar la otredad. En esa línea de pensamiento, uno de los grupos subordinados que también desaparecen del patrimonio son las mujeres. Laura Jean Smith escribió hace poco, en el 2008, que el patrimonio tiene género y es masculino y se basa en el trabajo de las feministas de la segunda ola, que denuncian la ausencia de las mujeres en el arte y que reivindican bibliotecas y archivos de mujeres. Desde el año 2000, empiezan otras reivindicaciones,

—¿Cuáles?

—Desde el 2005 se empiezan a proyectar una serie de análisis feministas sobre la diversidad del patrimonio desde estas teorías de la de las relaciones de poder. Cuando hablamos de género, no hablamos solo de cómo las mujeres somos invisibilizadas, también de cómo son representados los hombres en sus papeles de héroes, de guerreros, de personas que hacen grandes creaciones, grandes hazañas. La mayoría de no somos tan héroes. La visión feminista proyecta es ir más allá de las singularidades  y cuestionar la objetividad y la universalidad del canon. Y con es proponen un conocimiento situado, es decir, conocemos desde donde estamos y entonces las memorias no pueden ser únicas, sino que tienen que ser diversas. Es esa polifonía de memorias que en sociedades complejas como la actual son necesarias. No será lo mismo la memoria de un pazo desde los señores o de la servidumbre. 

—Se trata de rescatar todas esas memorias que se habían quedado olvidadas.

—Sí, pero cuando visitamos un monumento, vamos a un museo o a un parque natural, es muy difícil transmitir toda esa polifonía. La interpretación del patrimonio normalmente restringe los significados para que el mensaje sea más directo. Pero en esa restricción se pierde complejidad y hay que volver a ganar algo de esa complejidad. No podemos hacer una visita y entenderlo todo, pero podemos ver distintos aspectos, no siempre el mismo.

Creo que en eso sí se está avanzando, pero a la vez tenemos un gran problema, el monocultivo turístico de las regiones periféricas del sur que usan el patrimonio como un elemento de atracción de visitantes. Un patrimonio que no solo pagamos todas y todos, sino que, en el caso del patrimonio inmaterial se sostiene por las acciones, por las prácticas y por las transmisiones de la gente que lo vive. La fiesta de los patios, en la que yo he trabajado, una cosa es sostenerla para la comunidad local y otra cosa es para la comunidad local y todos los visitantes, sobre todo cuando esos visitantes están masificados. Las prácticas se distorsionan, los significados se transforman y hay todo un peso que cae sobre los hombros de los que se llaman las portadoras o portadores del patrimonio.

—Habla de que a partir del 2005 empieza a haber otras reivindicaciones, pero hoy aún se está trabajando en la recuperación de la memoria en archivos, en museos y en bibliotecas. ¿Este cambio está retrasado?

—Muchísimo [ríe]. Las reivindicaciones van solapándose. Todas las aportaciones que ha habido del feminismo negro, de los feminismos periféricos y de los ecofeminismos vienen sumando nuevas dimensiones a estas miradas y refuerzan dimensiones que ya se venían trabajando desde antes. El mundo del arte y de la arqueología son los que están más sensibilizados y en el resto de las disciplinas, las reflexiones del resto de las disciplinas desde perspectivas feministas no están orientadas prioritariamente al patrimonio. En el ámbito patrimonial, la mirada de género tiene acciones muy segmentarias, muy puntuales, muy excepcionales a las que se les da mucha publicidad. Por ejemplo, Invitadas en el Museo del Prado, una exposición que el nombre ya de por sí dice bastante [ríe].

Alrededor del 8 de marzo se hacen muchísimas actividades, pero son siempre visiones muy parciales. Nos falta sobre todo una mirada más estructural a las asimetrías de género y a los roles de género, es decir, no solo a la subalternidad de las mujeres, sino también a en qué papeles nos coloca a hombres y mujeres el patrimonio. Cómo el patrimonio continúa naturalizando las diferencias y esa mirada al pasado vestida de tradición selecciona una tradiciones en las que se reiteran los papeles más asentados por el folklorismo decimonónico. Seguimos con el peso del siglo XIX cuando vamos a los análisis patrimoniales

—Citaba El Prado y otras muchas grandes instituciones anuncian iniciativas de revisión de sus colecciones, pero ¿seguimos siendo Invitadas en el canon patrimonial?

 —Todo esto está tan normalizado y tan interiorizado que es muy lento. Las asimetrías de género, como dice Ángeles Querol, en la cultura judeocristiana tienen al menos 4.000 años de profundidad, así que esos cambios no van a venir de un día para otro. Llevamos 200 y pico años de lucha feminista y yo creo que nos quedan otros tantos. El patrimonio es una visión nacionalista y esencialmente jerárquica con lo cual transformarlo también va a llevar mucho tiempo, pero lo importante es seguir haciéndolo y empezar a reivindicar y a exigir a las instituciones unas políticas más contundentes, que asuman que necesitamos metodologías que no consideren la perspectiva de género o las perspectivas polifónicas como un tema más, sino que estén en el centro. Que cuando levantes un expediente para la incoación de un patrimonio, esa metodología atraviese todo el proceso, porque si seguimos haciendo monográficos de las mujeres y el mundo de los íberos, las mujeres y los patios, las mujeres y... solo ponemos el pequeño parche alrededor y siguiendo en la marginalidad. De todas formas, Sandra Harding dice que estar en los márgenes te permite pensar fuera del cuadro y que es una posición más revolucionaria y por lo tanto más disruptiva. A lo mejor no tenemos que aspirar a estar en los centros, pero sí a ser más transversales.

—Y a otros papeles que no sean la musa, la madre...

—Muchas veces ocurre que hay una omisión de los aspectos más duros y se hace una mistificación del pasado. Se habla ahora mucho de la memoria de las mujeres en los lavaderos, de los lavaderos como espacios de sociabilidad y espacios femeninos, pero se olvida todo el trabajo, toda la dureza y el sacrificio que estaba asociado a eso: transportar agua sobre tus hombros y sobre tu cabeza, los sabañones y las manos agrietadas, toda esa dureza de trabajo extra que se olvida, que se borra. Tenemos que ir hacia memorias y patrimonios más reales, que muestren la realidad y que no creen esa mística de la tradición o del folklore que oculte la dureza de algunas experiencias, y que muestre que algunas cosas no hay por qué seguirlas reforzando.

No va a ser de un día para otro. Esa mirada que nos ha traído lo que algunas autoras llaman la cuarta ola del feminismo ha puesto el acento en cómo normalizamos dimensiones muy invisibles, muy sutiles, y eso también hay que sacarlo a la luz. Lo que se puede hacer ahora mismo desde miradas transversales feministas es precisamente ir sacando a la luz dimensiones muy invisibilizadas de papeles que se han asumido y que se han entendido como que es lo que tiene que ser y agresiones que aparecen ahí normalizadas, pintadas como belleza. Pero esa es una mirada, digamos que entiende muy bien una generación y que es muy difícil de entender para otra.Estamos en un salto generacional y se irá haciendo camino al andar.