Ni siquiera los vértigos de Olaia Maneiro bajaron la intensidad de las Tanxugueiras en el Asalto

Xosé Ameixeiras
X. Ameixeiras CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Miles de irmandiños remataron la fiesta de madrugada en Vimianzo

03 jul 2023 . Actualizado a las 18:09 h.

Vimianzo regresó al Medievo al ritmo de las Tanxugueiras. Miles de irmandiños gozaron del concierto de las célebres pandeireteiras gallegas en el concierto previo al Asalto ao Castelo.

Eran las diez y media de la noche cuando salieron Sabela, Aida y Olaia, esta afectada por problemas de vértigo que le impedían moverse como de costumbre. Aun así, lo dieron todo. No dejaron de bailar sobre el escenario, con el público entregado desde el primer momento y muchos de los presentes coreando o bailando sus canciones. Cuando con O querer pasaron a interpretar algunos de sus temas más tradicionales, se formaban grupos de baile.

«Eu non quero un pano negro», cuando interpretaban Aire alguien del público les lanzó una bandera LGTBI, con la que Sabela Maneiro se envolvió y lanzó un claro mensaje: «O amor non mata, o odio, si».

basilio bello

La actuación pasó en un vuelo. En el público había gentes de todas las edades, desde niñas bien pequeñas hasta alguna octogenaria, que sonreía hacia el palco y gozaba del concierto. Amenazaba con orvallar e incluso caían algunas gotas débiles, pero la atención no decayó en ningún momento. «Llegadas hasta aquí, sabemos que ya nada es imposible, y queda aquel dolor. Solo quedaron cicatrices», cantaban las Tanxugueiras. Era el primer bis dedicado a Daniela, una niña que no estaba presente. En el segundo, la gente bailó y coreó a rabiar con las murmuradoras. Y, finalmente, la apoteosis, Terra, con un «pobo cunha lingua propia, vimos para quedar» y entrega total.

Los ánimos, ya encendidos con el concierto de las Tanxugueiras, subieron de temperatura con la función del Asalto ao Castelo, un ceremonial de revuelta irmandiña que no deja de ganar adeptos. Y todo con voluntarios que semanas y semanas dedican su tiempo libre a prepararlo todo como si les fuese la vida en ello.

Empezó la representación con un deslenguado Vasco de Aponte, cronista medieval que cantó las excelencias de los señores feudales, «lacaio dos todopoderosos», juzgaron los actores. Encerrado en una jaula estaba el obispo Alonso II de Fonseca, que Bernal Eáns de Moscoso encerró en la fortaleza de Vimianzo. Muerto el vizconde, su viuda, Xoana de Castro, acabó organizando una boda con el cronista suplantando la personalidad del clérigo. Un enredo que acabó con los irmandiños rebelándose. Y allá se fueron, en el momento más espectacular, con una banda de tambores, el ariete ristre y una treintena de antorchas. El fuego nocturno ejerce una gran fascinación. Al grito de «lume», repetido de forma reiterada por atacantes y público, el ejército de asaltantes avanzaba y retrocedía con su ariete y hacían disfrutar a la parroquia con un espectáculo de protagonistas colectivos.

El público que cabía se fue agolpado en el foso. El resto seguía las evoluciones de la batalla a lo lejos. La lucha entre irmandiños y las huestes de los señores y el consabido duelo, en esta ocasión femenino, tuvo su fragor en el lanzamiento de globos de agua. Luego, los del ariete, entre los que se incluía la alcaldesa, derrumbaron la puerta ficticia y una cascada de fuegos de artificio caían por la torre.

Ya calmado todo el mundo, se reanudaron los conciertos, con los vascos de Huntza, que hace su última gira antes de un paro indefinido. Agradecieron la hospitalidad entre piezas de gran energía musical. Les siguieron Lamatumbá y Festicultures, que pusieron mucho ritmo e inspiraron la diversión del personal hasta bien avanzada la madrugada.