Karim Benzema.Karim Benzema y Luka Modric celebran un gol del Real Madrid
Karim Benzema y Luka Modric celebran un gol del Real Madrid EFE

29 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Pienso mucho en el gol de Modric de este domingo. Ese zapatazo es un arrebato de cólera del Antiguo Testamento, un rayo jupiterino. En un Madrid tras Cristiano, Ramos, Benzema, ¿qué es Luka Modric sino una deidad antigua que se niega a ser olvidada? El rancho estaba siendo invadido por robaperas, nadie sabía qué hacer hasta que el abuelo echa la mano bajo la mecedora y saca la escopeta. ¡Pam! Todo el mundo va a respetar al abuelo, al rancho y a esa sublimación de la guerra que es el fútbol en el Bernabéu.

¿Qué me importa de Modric, si no me gusta el fútbol? Preguntará algún lector avezado. No hablamos de Modric cuando hablamos de Modric, hablamos de los imposibles de la voluntad. De tener cuarenta años y negar toda rendición. Los meses se acumulan como botellas vacías. En el despiadado juego de la vida cuando se te cansen las piernas vas a tener que pegarle al balón con el alma.

La única regla que vale la pena aprender es no rendirse nunca. Rendirse una vez es la rendición final. No seremos espectadores pasivos de nuestra propia tragedia. Somos resilientes, aquí seguimos escribiendo columnas de tirada local, pero creyendo que estamos para competir por el Nobel. Pertenecemos a ese 5 % de hombres que creen que podrían vencer a un oso y volver para las tapas.

Somos criaturas de barro y whisky, aferradas a la rabia de este circo caótico, nos suben a un ring con la cara hinchada y la pelea casi perdida y, aún así, soltamos una carcajada sarcástica mientras todo se desmorona. Somos un gol de Modric. Somos el centelleo del sol sobre la humeante escopeta del abuelo.