La agenda del jubilado estresado

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

En Arousa, pronto estaremos retirados uno de cada tres ciudadanos

08 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Con los sentidos de la vista y el oído sucede como con las lavadoras, las neveras y los molinillos de cafés. Es como si nos hicieran en una fábrica de Mondragón o de Düsseldorf y programaran nuestra obsolescencia para que, a partir de los 45 años, seamos incapaces de leer los prospectos de las medicinas y tengamos que comprar unas gafas para ver de cerca.

La presbicia es el primer aviso de que nos encaminamos hacia la vejez y, en el mismo paquete, hacia la jubilación. Después llega la blefaritis en los ojos, que obliga a depender de unas toallitas que eliminan rojeces y legañas. Suele aparecer también el colesterol pertinaz y entonces, tras las gafas progresivas, entra en casa el pastillero, con la gragea del colesterol, la de la vitamina D y otras píldoras que nos recuerdan en el desayuno que no somos otra cosa que obsolescencia programada.

Con el oído pasa igual, aunque ahí, la obsolescencia suele estar programada para más tarde y aparece entre veinte y treinta años después que la de la vista. Pero también llega y entonces has de acercarte a una tienda de audífonos, donde solucionan tu avería con unos aparatos, cada vez más diminutos y sofisticados y cada vez más caros.

Otro detalle importante es que, en el caso de la presbicia, la programación de la obsolescencia es tan sofisticada que, cada tres o cuatro años, aumenta la avería y eso significa que hay que cambiar de gafas y volver a hacer una inversión. Lo del oído es menos gravoso y basta con hacer pequeños ajustes a medida que vas perdiendo calidad de audición.

Afortunadamente, el gusto, el tacto y el olfato, aunque pierdan precisión, no se averían por sistema. A veces, también resisten los conductos auditivos, pero solo en aquellos seres humanos extraordinarios que parecen hechos en la Rusia comunista, donde fabricaban unos aparatos bastos, feos y austeros, pero que no tenían programado el tiempo de uso y no se estropeaban nunca.

Esto de la obsolescencia programada es la clave de la existencia. De hecho, la muerte no deja de ser eso: nos construyen con mecanismos preparados para fallar y así, de avería en avería, vamos por la vida camino de la obsolescencia final y definitiva. Eso sí, unos años antes de que nos convirtamos en chatarra, se establece por decreto que ya no somos tan eficaces como antes y, aunque nos aguantan y no nos llevan al desguace, limitan nuestro uso, que es algo así como esas lavadoras que no centrifugan bien, pero las aguantas un tiempo o esos microondas que tardan tres minutos en calentar un café, pero te resignas y los conservas por ahorro y hasta por cariño. A eso se le llama jubilación y es un período contradictorio porque ansiamos que llegue, pero es una de las pocas obsolescencias que no vienen de fábrica, sino que la decretan los gobiernos, que desearían que fuéramos como aquellos coches Lada soviéticos, feos y toscos, pero indestructibles.

A partir de este año, la edad de jubilación se alarga un poco más por decreto, pero acaba llegando y en Galicia y en Arousa es un problema porque, según el Banco Mundial, solo Japón nos supera en ciudadanos mayores de 65 años y, por tanto, a punto de alcanzar la obsolescencia relativa, o sea, la jubilación. En Japón, uno de cada tres ciudadanos ha llegado a la edad obsoleta, aquí, uno de cada cuatro, pero en 15 años, seremos uno de cada tres y eso va a cambiar los modos de vida y el orden social.

Como estoy rozando la obsolescencia programada, en mi entorno no se habla de otra cosa que de temas relacionados con la vida jubilada. No hace mucho, inaugurando una exposición en el Auditorio del parque Miguel Hernández, coincidí con varios colegas coetáneos y, aunque nos resistimos a hablar de achaques, acabamos entusiasmándonos con los detalles de nuestras obsolescencias: próstata, cataratas, erupciones, juanetes, espolones…

Está jubilándose tanta gente que las oficinas de la Seguridad Social no dan abasto y trasladan los expedientes de una provincia a otra, dependiendo del trabajo que tenga cada una. Te retiras en Vilagarcía, pero te tramitan la jubilación en Cádiz, que parece ser una de las provincias con menos expedientes de nuevos pensionistas en los cajones.

Aluvión de jubilaciones es igual a aluvión de ilusiones: por fin podremos hacer ese viaje a Sicilia o pasar el invierno en Canarias. Pues no, porque la bendita longevidad nos obliga a cuidar de nuestros padres. Leía el otro día que el exbanquero y primer ministro Mario Draghi tiene la mejor agenda del mundo. En Vilagarcía, con esa agenda no iría ni a la vuelta de la esquina. En Arousa, tener una buena agenda es tener el teléfono lleno de direcciones de cuidadores y cuidadoras de ancianos.

El calendario del jubilado reciente está lleno de encargos y trabajos menudos de los que ha de hacerse cargo: nietos, compras, cocina, gestiones, cursos, viajes, festejos, aficiones, gimnasio, caminata, asociaciones, vida social y cultural… Y de días y horas en los que toca cuidar a padres y suegros. Resumía la situación este verano un jubilado primerizo y estresado en A Baldosa: «Mira, la gente me dice que no sabe de dónde sacaba antes tiempo para ir a trabajar».