Cholín, me debes una comida

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Vilagarcía siente que se ha ido una buena persona y el mundo de ayer se desmorona

17 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Me enteré por un wasap, que es como ahora nos enteramos de todo: de que te deja la novia o de que se ha muerto alguien a quien apreciabas. El wasap me lo enviaba Carmen Viñas desde Santiago de Compostela y me informaba de que había muerto Cholín. «Era muy buena persona», me decía. Después me ponía las pilas: «No olvides que cuando presentaste tu novela en Vilagarcía, él estaba allí con el libro en la mano. Ya estoy deseando leer lo que vas a escribir».

Cholín era un personaje de El Callejón del Viento desde hace más de 30 años. He escrito mucho sobre él porque representaba un tipo de personaje de las villas gallegas sobre el que descansan las estructuras sociales. Era simpático, cariñoso, leal, honrado, generoso… Estos adjetivos parecen el típico panegírico que se dedica a los fallecidos. En España sabemos despedir muy bien a los muertos. Pero esos mismos adjetivos se los dediqué a Cholín en vida, así que no se trata de un compromiso ni de un qué bueno era ahora que ya no está, sino de certezas. Si en vida protagonizó esta sección, es lógico que los vecinos de El Callejón del Viento nos despidamos de él como merece.

Su nombre real era Juan Antonio Abalo Pazos, pero él se presentaba a sí mismo como Cholín y así lo conocíamos todos en Vilagarcía. Había alcanzado esa cima de la familiaridad vecinal a la que solo llegan quienes son merecedores de un remoquete cariñoso que todo el mundo conoce, todo el mundo utiliza y nadie olvida, un alias que borra el nombre y los apellidos, un mote que es más bien un título de ciudadanía: Cholín. Para entender su carácter y su biografía, viene muy bien recordar quién es Carmen Viñas y por qué me envió el wasap, afectada por la muerte de Cholín: «Siento que se haya ido…». Carmen no es una mujer de aspavientos sentimentales. Así que si dice que siente algo es porque lo siente de verdad. Carmen Viñas era profesora del Instituto de Fontecarmoa a principios de los 80. Su marido, Elías Lamelas, era director del centro educativo y los institutos de Formación Profesional casi no tenían presupuesto o llegaba tarde. Las direcciones debían andar de tienda en tienda pidiendo que les fiaran para dotar a los talleres de Metal, Automoción, Electricidad y Electrónica de materiales básicos… En aquellos tiempos, la figura de Cholín ferretero, surtiendo de material a los talleres de FP y cobrando cuando llegaba el dinero meses después, fue fundamental para que la FP en Vilagarcía no se ahogara.

Fue Carmen Viñas quien me recomendó, recién llegado a Vilagarcía y recién casado, que me acercara a la ferretería y tienda de electrodomésticos de Cholín a comprar lo básico para empezar a vivir. Aún no había cobrado mi primer sueldo, el dinero recaudado en la boda me había servido para alquilar un piso y poner los muebles imprescindibles y no quedaba un duro para cocinar, lavar, iluminar, planchar… Pero allí estaba Cholín, ángel de la guarda de tantas parejas primerizas, dispuesto a fiar sin más aval que su ojo clínico. Porque bueno era muy bueno, pero también era listo y con un golpe de vista y cuatro palabras ya sabía si te podía fiar o no. Así que entramos en la ferretería de Cholín sin nada y salimos cargados de sartenes, cazuelas, cubiertos, vasos, una espumadera, un cucharón y un cazo, una plancha, una cafetera, una lavadora, una nevera, una cocina de gas sin horno y hasta una olla Magefesa. Y ni pagamos entrada ni nos financió ningún banco. Nos financió Cholín y eso no se olvida nunca, aunque tampoco olvidábamos ir por su tienda cada mes a entregar «el plazo». Quien te apoya cuando eres joven y pardillo y no has demostrado nada, se convierte en una especie de padrino a quien venerarás toda la vida.

Cholín mantuvo hasta hace nada su tertulia mañanera en A Baldosa. Cuando venía a Vilagarcía, me acercaba por allí a saludarlo. Las últimas veces me invitó a una comida. «Tenemos que comer juntos», me decía con énfasis. No hubo ocasión, pero siempre valoré esa invitación en lo que valía. Cuando en Galicia te invitan a una comida, se trata de algo muy serio. No es solo comer y, desde luego, no se dice por compromiso, sino que es la manera de demostrar el más alto grado de aprecio, sobre todo a partir de cierta edad. Con Cholín, en fin, entendí algo que me dijeron unos compañeros de instituto unos días antes de regresar a la tierra de mis padres: «En Galicia, se tarda en entrar y en ser aceptado, pero cuando te aceptan, ya no te olvidan nunca».

Cholín era el paradigma de una manera de entender la política. Un estilo paternal, una manera de hacer favores, de destilar protección… No es mi estilo favorito, desde luego, pero funciona y, desde luego, en una sociedad líquida e incomprensible, esa seguridad y ese amparo simbolizados por Cholín explican un universo político galaico conservador que no entienden en Madrid y en el que no tienen cabida las aventuras radicales de Vox. Al igual que Carmen Viñas, Vilagarcía también siente que se haya ido Cholín. Sin él, el mundo de ayer se desmorona.