Así eran las elecciones en Vilagarcía

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

En los partidos también hay clases: están los interventores proletarios y los señoritos apoderados

18 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En Rubiáns vivía un señor canoso, enjuto y serio. Lo apodaban El Estudiante, nunca supe si por sus estudios o por lo contrario. El Estudiante era tendero: regentaba un tradicional colmado de aquellos que daban servicio a los vilagarcianos cuando en la ciudad no había ningún supermercado, que ya saben ustedes que los híper y los súper fueron desconocidos en esta ciudad hasta cerca de los años 90, cuando se instaló el primero en Arcebispo Xelmírez y no se llamó súper ni híper, sino Hipomercado.

Pero estábamos en la tienda de El Estudiante, en Rubiáns, y, para precisar, era domingo electoral, así que para las huestes políticas vilagarcianas era un doble día de fiesta que se preparaba minuciosamente y se vivía con emoción. Algo que no ha cambiado en los domingos de comicios, y eso no es exclusivo de Vilagarcía, sino de toda España, es que hay dos clases de controladores electorales: los interventores y los apoderados. Los interventores serían el proletariado de las urnas. Se trata de ciudadanos simpatizantes de uno u otro partido que son adscritos a un colegio electoral para velar por la limpieza de las votaciones, además de hacer ostensible la presencia de la formación política en el colegio electoral. En un principio, los interventores no podían llevar ni un solo signo o símbolo que los identificara con su formación. Recuerdo denuncias porque algún interventor del PSOE llevaba una rosa roja en el ojal, algún nacionalista se tocaba con una boina con estrella roja o algún interventor de Alianza Popular mostraba a sus votantes allegados una foto de Manuel Fraga.

Esa prohibición decayó pronto y ya se vieron a los interventores llenos de cartelas, escarapelas, insignias y otros iconos «sutiles» que dejaban bien claro quién les había nombrado notarios del ejercicio del voto. Los interventores eran y son el proletariado militante porque deben madrugar en domingo para estar en el colegio electoral antes de las ocho, pasan el día al pie de la urna, van a comer por turnos y, tras las votaciones, se quedan hasta que acaba el recuento y se firma todo, o sea, cerca de la medianoche, sobre todo si se vota el Senado.

En los albores de la democracia, las mesas estaban llenas de interventores del PP y del PSOE, el BNG sudaba para estar en todas y sus interventores se llevaban un bocadillo para no abandonar la mesa ni un segundo. Hoy, en los locales electorales, hay tantos interventores nacionalistas como de los demás partidos. El ocaso del bipartidismo ha llenado las mesas de bulliciosos militantes de media docena de formaciones que se levantan a controlar si alguien ha tapado sus papeletas y guiñan un ojo a sus afines cuando van a votar. En esto del guiño hay mucha trampa y a veces se pueden ver votantes «bienqueda» que guiñan el ojo a dos o tres interventores diferentes. En esos casos, nada como un interventor veterano de esos que abundan en A Illa de Arousa y clavan los resultados electorales a las seis de la tarde, sin necesidad de encuestas vietnamitas ni zarandajas: por la mirada saben a quién vota cada cuál.

Si los interventores son el proletariado electoral, ¿quiénes son entonces los señoritos de las urnas? Pues los apoderados, que no están adscritos a ningún colegio electoral, sino que son algo así como interventores volantes, es decir, van de urna en urna, de colegio en colegio, analizando la situación con su ojo experto y lleno de autoridad. Los apoderados son los altos cargos del partido, los miembros de la ejecutiva, los candidatos, los concejales… Cuando llegan al colegio electoral, se monta cierto revuelo, saludan ceremoniosos al presidente, charlan, en voz baja y actitud conspiranoica, con los interventores afines y se marchan despidiéndose amigables y con buen rollo del resto de la mesa electoral.

Los apoderados señoritos, además de darse una vuelta por las urnas, lo que hacen fundamentalmente es cotillear, valorar la situación política, elucubrar sobre los resultados, conspirar un poco y para hacer todo esto, nada mejor que un bar. Así que se pasan todo el día de cafetería en cafetería. A media mañana, ya llevan media docena de cafés, a casa llegan con unos vinitos de más y, tras la siesta, hacen otra ronda por bares y urnas antes de encerrarse en la sede del partido, donde esperan con inquietud e incertidumbre los resultados.

Pero hace 40 años, además de los interventores y los apoderados, estaba El Estudiante y su alter ego: Seso Giráldez. El Estudiante era de derechas o, para ser precisos, era riverista, o sea, el hombre de Rivera Mallo en Rubiáns, y Seso Giráldez era el recordado líder del PSOE en Vilagarcía. Los días de elecciones, se vigilaban mutuamente para descubrir y denunciar si uno de ellos llevaba en su coche a votantes. A mediodía, impepinablemente, llegaba a La Voz una nota de prensa en la que los socialistas denunciaban a El Estudiante por «carretar» votos. La denuncia nunca se sustanciaba en nada, pero formaba parte del folklore tradicional y electoral vilagarciano. Ahora, con los wasaps, es todo mucho más aburrido: los apoderados hacen menos rondas, los caciques actúan telemáticamente y ya no están ni Seso ni El Estudiante. Lo único que no ha cambiado es que los interventores siguen pringando.